La Gilera Runner en su versión de 50 centímetros cúbicos, era la moto referencia del segmento, al menos entre los scooter de aspiraciones deportivas. Era la que tenía una imagen más agresiva con ese alto túnel central y además, las salidas de aire delante de las piernas eran algo fuera de lo normal y que no tenía ninguna otra rival, y había muchas rivales.
Corría 1997 y el segmento de los ciclomotores dominaba las calles de las ciudades y las mentes de los chavales. Había modelos para dar tomar: Aprilia SR 50, Piaggio NRG, Malaguti F12 Phantom, Suzuki AY50 Katana, Yamaha Aerox 50, Peugeot Speedfight… Motos que se podían ver, como una exposición, en las puertas de los institutos. Y pocos de ellos mantenían sus características de serie; era de lo más normal cambiar cosas en esos scooter para sacarles el máximo partido –lo mínimo era quitarles los limitadores del escape, los famosos “topes”–.
Entre ellas, la Gilera Runner 50 destacaba por su diseño, puramente italiano, y por sus prestaciones. En su versión más pequeña –también había versiones con motores de 125, 180, 200 y 250 centímetros cúbicos–, escondía un motor Minarelli de dos tiempos refrigerado por líquido, capaz de rozar los 6 CV en versión libre. Pero lo que más impresionaba no era la cifra, sino cómo los entregaba: subía de vueltas con una rabia impropia de un ciclomotor.
Pesaba unos 90 kilos y, con una transmisión bien ajustada, podía medirse de tú a tú con más de una 125 urbana. Era estable, rápida y —sobre todo— tenía pinta de algo serio. La línea de su carrocería, los faros rasgados y el escape lateral parecían sacados de una moto con un motor más grande de 49 centímetros cúbicos y que pocas veces se quedaba de origen. La verdad es que la Gilera Runner 50 podía convertirse en un auténtico tiro con “cuatro cosas”.
Costaba unas 350.000 pesetas en 1998, lo que la ponía fuera del alcance de muchos chavales; de media, era 100.000 pesetas más cara que cualquiera de sus rivales. Pero quien la tenía, mandaba. Era el sueño de toda una generación: la scooter que no se conformaba con ser scooter.
Hoy, verla pasar sigue teniendo algo especial. No es nostalgia, es respeto. La Runner 50 fue el deseo de muchos chavales y el orgullo de unos pocos. Al menos la primera generación. La segunda entrega del modelo mantenía su talante deportivo, pero perdió en presencia y no logró la misma repercusión que la primera.


Javi Martín
Con 20 años no ponía ni una sola tilde y llegaba a cometer faltas como escribir 'hiba'. Algo digno de que me cortaran los dedos. Hoy, me gano un sueldo como redactor. ¡Las vueltas que da la vida! Si me vieran mis profesores del colegio o del instituto, la charla sería de órdago.COMENTARIOS