La Gillet Herstal Sport 500 es la clara muestra de que la motocicleta, allá por los años 20 y 30, no era solo británica, estadounidense o italiana. La moto, en tiempos pasados tenía raíces en muchas partes del mundo; era barata, accesible para una elevada parte de la población e incluso otorgaba a su piloto cierto aura de valentía y fuerte personalidad, no en balde, en aquellos años, conducir una moto era una verdadera aventura.
Resulta muy interesante echar un vistazo atrás en el tiempo y ver como han sido las cosas. La moto, al igual que el coche, parece tener sus orígenes en Alemania, sin embargo, se desarrolló y prosperó mucho mejor en otros lugares como Reino Unido o Estados Unidos, donde aparecieron una enorme cantidad de marcas, cada una con su personalidad, su idea de como debía ser una moto y con un final de lo más variopinto. Los albores de los vehículos a motor son cambiantes, apasionantes y llenos de valentía y mucha locura.
Pero igual que la moto echó raíces en lugares como Italia, Bélgica también tuvo su propio triángulo dorado del motociclismo: FN, Saroléa y Gillet Herstal. Y aunque hoy casi nadie recuerde a esta última –ni a las otras dos–, durante los años veinte fue una de las marcas más competitivas de Europa. Nacida en Herstal, cerca de Lieja, Gillet se hizo un nombre por sus motores fiables y su obsesión por la precisión mecánica, algo que en aquellos años destacaba especialmente, aunque muchas marcas presumían de lo mismo.
La Gillet Herstal Sport Rallye de 1928 representa ese espíritu al milímetro. Equipada con un monocilíndrico de 499 centímetros cúbicos con válvulas en cabeza y compresión de 5,4 a 1, caja de cambios de tres velocidades y transmisión por cadena, era una moto pensada tanto para el deporte como para la carretera. Tenía una estructura limpia, casi minimalista, pero con detalles de calidad: un chasis bien soldado, depósito en forma de lágrima y una postura de conducción baja que la hacía parecer más ligera de lo que era.
Gillet Herstal fue una de las primeras marcas belgas en apostar decididamente por la competición. En Montlhéry, la Sport consiguió más de 20 récords de velocidad a finales de los años veinte, y las versiones Rallye servían como base para esas máquinas de récord. No era solo un nombre bonito: “Rallye” aludía a motos realmente preparadas para resistir las pruebas de larga distancia, donde se mezclaban carreteras polvorientas, lluvia y el eterno enemigo del mecánico: el barro.
El motor de la Sport Rallye destacaba por su respuesta viva y su fiabilidad, así como por sus 20 CV a 4.800 revoluciones. Con cerca de 125 km/h de punta, estaba al nivel de muchas británicas de la época, y su comportamiento recordaba —salvando las distancias— a una BSA o una Norton –según dicen los que saben de estas máquinas–. Gillet tenía claro que debía medirse con ellas, y lo hacía a base de ingenio. Su eslogan lo dejaba claro: “La machine de précision” –la máquina de precisión–.
Hoy, encontrar una Gillet Herstal Sport Rallye de 1928 en este estado es casi un milagro. La mayoría se perdieron en el tiempo, víctimas del desinterés y de las guerras que arrasaron Europa. Ver una rodar, con su sonido metálico y su respiración de válvulas a la vista, es como abrir una ventana al pasado: un recordatorio de que el motociclismo no nació solo en Inglaterra o Italia, sino también en aquel pequeño país donde el acero y la pasión se fundieron para crear máquinas como esta.


Javi Martín
Con 20 años no ponía ni una sola tilde y llegaba a cometer faltas como escribir 'hiba'. Algo digno de que me cortaran los dedos. Hoy, me gano un sueldo como redactor. ¡Las vueltas que da la vida! Si me vieran mis profesores del colegio o del instituto, la charla sería de órdago.COMENTARIOS