Durante décadas, la moto ha sido un símbolo de libertad desnuda, de minimalismo mecánico y de una experiencia directa, casi cruda, entre el hombre, la máquina y el asfalto. El rugido del motor, el viento golpeando el casco, y el aroma de la gasolina quemada componían una liturgia que apenas había cambiado en más de cien años. Las innovaciones se centraban en potencia, fiabilidad y seguridad, pero la esencia seguía siendo pura mecánica, pero poco tiene que ver con la moto revolucionaria actual.
A partir del siglo XXI se ha ido produciendo un cambio radical, casi silencioso al principio, pero hoy absolutamente visible: La digitalización total de la experiencia motera. Las motos ya no son sólo máquinas, sino que son dispositivos inteligentes conectados. Las pantallas digitales han sustituido a los relojes analógicos, los sensores monitorizan cada ángulo, cada aceleración, cada frenada y los smartphones se integran de forma nativa y los asistentes electrónicos toman decisiones en milisegundos.
Las marcas han comprendido que el motero moderno no sólo busca potencia o velocidad, sino que también la conectividad, comodidad y seguridad. Las interfaces táctiles, las aplicaciones móviles y los sistemas de conectividad WiFi o Bluetooth se han convertido en argumentos de ventas tan poderosos como el par motor o el consumo. Algunos modelos incluso han incorporado el modo avión, permitiendo que el conductor pueda desconectar del mundo digital en aras de una experiencia más pura y minimalista. Esta transformación ha generado un nuevo perfil de motero, aquel que quiere lo mejor de ambos mundos.
La emoción visceral de controlar una máquina potente, combinada con la comodidad de las últimas tecnologías digitales. Las rutas planificadas desde el smartphone, los cascos inteligentes, las alertas en tiempo real y la conectividad total son ya parte del día a día de muchos usuarios.

Los inicios mecánicos: cuando lo digital era ciencia ficción
Cuando Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach crearon en 1885 la que muchos consideran la primera moto, jamás imaginaron que aquel rudimentario vehículo motorizado evolucionaría hasta convertirse en una máquina controlada por algoritmos. Durante el siglo XX, las motos fueron fieles a su origen, un motor, un chasis, dos ruedas y poco más. La experiencia era directa, mecánica y cruda.
No fue hasta la segunda mitad del siglo pasado, cuando los cambios tecnológicos en las motos estaban centrados en la mejora de la ingeniería mecánica, que supone una mayor cilindrada, mejores materiales, mejoras en los sistemas de suspensión y frenos mucho más eficaces. Todo seguía dependiendo de la pericia del piloto. La relación hombre y máquina, era directa y sin intermediarios.
El primer gran salto hacia la electrónica llegó con la incorporación de la inyección electrónica de combustible, allá por los años 80. Este avance permitía un control más preciso de la mezcla, aire y combustible, reduciendo el consumo y mejorando el rendimiento. Fue el primer paso hacia una moto que empezaba a pensar por sí misma. Las centralitas o ECU, tomaron protagonismo, gestionando parámetros que antes dependían exclusivamente de la destreza del piloto.
Poco a poco los fabricantes fueron experimentando con sistemas de asistencia al usuario. El ABS, inicialmente exclusivo en coches de alta gama, fue adaptado para motos. Los sistemas de control de tracción comenzaron a aparecer en modelos de alta cilindrada. Sin que muchos lo advirtieran, las motos empezaban a ceder parte de su control a la electrónica, dando paso a un nuevo paradigma.

La llegada de las pantallas: del velocímetro de aguja al cockpit digital
El siglo XXI supuso la verdadera explosión de la tecnología digital en el mundo de la moto. Los relojes analógicos, con sus icónicas agujas mecánicas, Comenzaron a ceder terreno frente a las pantallas digitales. Las primeras eran modestas, tanto que eran monocromas que mostraban la velocidad, las revoluciones, la marcha engranada y poco más, pero pronto llegarían las TFT a color, que revolucionaban el puesto de conducción.
Estas nuevas pantallas no sólo mejoraron la visibilidad y la estética. Permitieron integrar miles de funciones, como la navegación GPS, avisos de mantenimiento, ajustes de suspensión electrónica, modos de conducción, presión de neumáticos y un largo etc. El panel de instrumentos pasó de ser un mero testigo informativo al convertirse de mando del vehículo.
Marcas como BMW con su ConnectedRide, Ducati con Ducati Connect o KTM con My Ride, comenzaron a ofrecer soluciones de conectividad total. El piloto ya no solo controlaba la moto, ahora gestionaba un ecosistema digital completo desde el manillar, incluso emparejando su smartphone para recibir llamadas, escuchar música o recibir indicaciones de navegación.
Esto cambió la experiencia de conducción. La moto se convirtió en una extensión del ecosistema digital personal del conductor. El teléfono, el smartwatch, el casco inteligente y la propia moto funcionaban en sincronía. Todo ello, sin necesidad de apartar la vista de la carretera ni soltar el manillar, gracias a sistemas de control por voz, mandos en el puño o interfaces gráficas.

WiFi, Bluetooth y la moto hiperconectada
Con el avance de las comunicaciones inalámbricas, la conectividad se convirtió en uno de los ejes de desarrollo de los fabricantes. El Bluetooth fue el primer paso natural, al emparejar el casco, el teléfono móvil y la moto, lo que abrió un abanico de posibilidades que hasta entonces eran impensable. Las llamadas manos libres, los intercom y la música se han convertido en unos habituales.
La conectividad WiFi empezó a abrir puertas todavía más ambiciosas. Algunas marcas permitían actualizar de manera remota el software de la moto, como si de un móvil se tratase. Las centralitas electrónicas podían recibir mejoras, correcciones de fallos o incluso nuevas funcionalidades sin la necesidad de ir a un taller.
La conectividad permitió crear ecosistemas digitales mucho más amplios, como son apps para planificar tutas, comprobar el estado de la moto, localizar la moto en tiempo real, recibir avisos de mantenimiento y hasta interactuar con otros moteros. La moto dejó de ser un elemento aislado para convertirse en un nodo dentro de un sistema inteligente.
Con este avance, algunas marcas comenzaron a incluir el simbólico modo avión, una opción que permite al piloto desconectar de toda esa maraña de notificaciones, mensajes y alertas que permitirá recuperar la pureza de la conducción.

Sensores, algoritmos y conducción aumentada: seguridad 4.0
Uno de los mayores beneficiarios de esta revolución tecnológica ha sido la seguridad. Las motos siempre han sido vehículos vulnerables y cualquier ayuda extra es bienvenida. Los sensores y los algoritmos de última generación han permitido crear sistemas avanzados que reducen los riesgos a la conducción de las dos ruedas.
El control adaptativo, el ABS en curva, los frenos combinados y los controles de estabilidad electrónica ya son habituales en muchos modelos. Estos sistemas utilizan acelerómetros, giroscopios y sensores de inclinación para calcular en tiempo real como distribuir la potencia y frenada, ajustándose a la posición exacta de la moto, la adherencia y la maniobrabilidad.
Los radares frontales y traseros han desembarcado en motos de alta gama incorporando el crucero adaptativo o la detección de ángulo muerto, lo que permite que se puedan anticipar a las situaciones antes de que sea algo crítico. Ahora, el siguiente paso es la comunicación entre Motos, o V2V, para anticipar situaciones peligrosas, siempre apoyado por la IA, que analizará los patrones de conducción y esto también estará en cascos HUD que proyectarán información en el campo de visión del piloto.
Los fabricantes saben que por mucha tecnología que incorporen, el espíritu motero debe mantenerse intacto, por lo que cada vez presentan más modos de desconexión, lo que les invita a escuchar y disfrutar del rugido del motor, que es lo más básico de la moto.
Alejandro Delgado
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