Hay debates que se repiten a diario: casco integral o jet, circuito o curvas, naked o deportiva y así, un sin fin de combinaciones. Uno de los que genera más crispación es moto eléctrica o de combustión y cuando se habla, nadie lo hace de verdad. En el fondo sabemos que da igual las cifras de ventas o los influencers que las anuncien: la moto eléctrica no nos hace vibrar como un buen cuatro cilindros.
El futuro es eléctrico, el planeta está hecho un desastre y la gasolina económica no es. Si a esto le sumas las nuevas normativas anticontaminación, hace que muchas piezas se queden para los museos. No te quieren convencer con datos y los de combustión te hablan con los rugidos. Ahora bien, ¿qué es mejor?
El alma contra la lógica
Es una de las cosas que no se pueden cuantificar. El olor a gasolina sin plomo al arrancar la moto, el golpeteo de la válvula pidiendo cariño o el temblor del manillar con el motor al ralentí. Son de esos rituales que hacen recordar que es una moto viva. No solo se conduce, se siente y eso es lo que nos hace amarlas.
Las eléctricas son motos que se venden como perfectas, como si de ese compañero de oficina que llega con la camisa planchada y lo último en novedades. Es eficiente, pero le falta algo. Tú te subes a una Zero SR/F y la aceleración te deja clavado al asiento, y lo hace sin marchas ni ruido.

La moto eléctrica es el futuro limpio, o así lo venden, porque hay muchos puntos que se olvidan. Las baterías no se desmontan y se guarda en cajoneras de almacenes. Se extrae litio, cobalto o incluso níquel. La electricidad que siempre viene de fuentes renovables, por lo que hay bastantes líneas rojas que se pasan sin muchos miramientos.
Un futuro con manos manchadas de chips
Los tiempos cambian y eso se nota también en el taller al que llevas la moto. Antes olías a gasolina y a grasa cuando entrabas al taller, ahora sales con la canción de moda en la cabeza como hilo musical y oliendo a ambientador caro.
El romanticismo de las dos ruedas se ha ido y la nueva generación de moteros no lo va a echar de menos, no quieren ajustar válvulas ni limpiar bujías. Quieren que la moto les hable con su tecnología y nosotros la entendíamos a rugidos. Las motos actuales solo necesitan actualizar el software y es para los clásicos es una traición porque les gustaba trastear y disfrutaban cambiando piezas.
A esto hay que sumarle que ahora mismo tener una moto eléctrica es solo apta para los que tienen muchos ceros en su cuenta corriente, porque si dependemos de la electricidad, te van a meter cada sablazo que más te vale que tengas un plan acordado con tu compañía de la luz. Ahorrarás en combustible, pero en luz precisamente no, y no pienses en hacer rutas largas, porque no vas a encontrar puntos de recarga cuando a ti te vaya bien.

La nostalgia bien entendida
Parte del gran debate eléctrico es nostálgico. Los más puretas, que crecieron con el olor a gasolina en sus fosas nasales y las llaves allen son partidarios de que la moto no es solo una máquina, es una forma de vida y ahora muchos jóvenes prefieren un enchufe a un taller.
Lo que no saben es que la moto eléctrica no te va a poner la piel de gallina al reducir de tercera a segunda, ni te hará sentir ese latigazo del embrague al salir fuerte de la curva, ni notarás esa vibración entre las piernas propia de sentir que llevas una moto.
Lo más curioso es que ahora mismo se está creando una nueva tribu urbana con cultura motera, que es la eléctrica. Los primeros en abrazarla fueron los urbanitas que no se querían manchar las manos y se sumaron los curiosos y amantes del silencio. Eso sí, esta tribu tiene sus contradicciones, sus rutas y su lenguaje, hablan de autonomía cuando nosotros hablamos de consumo, por ejemplo, pero todos compartimos algo: “la necesidad de escapar y la libertad de las dos ruedas”.
Alejandro Delgado
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