Si algo llama la atención de la marca nipona de los 3 diapasones es su interés por lanzar al mercado productos innovadores y con personalidad, siendo el sector del scooter de pequeña cilindrada uno de los pilares con el que conseguir fidelizar a una joven e inquieta clientela que está siempre a la última en cuanto a diseño.
En el año 2000 Yamaha presentaba un scooter de 50 cc de medidas compactas y de estética rompedora, simple y digamos que minimalista, con un diseño enfocado hacia el público más jovial y activo que no se siente esclavo de su medio de locomoción, la Yamaha Slider 50. De su carrocería saltaba a la vista la reducida y estrecha superficie frontal que presentaba, donde sobresalía su único faro con óptica multiconvex que no defraudaba en lo referente a su capacidad lumínica nocturna. Esta morfología dejaba a la vista la tija o el puente que unía las dos barras de la horquilla con el manillar y facilitaba a la vez la ubicación de las rodillas de los pilotos más altos, para que pudieran encontrar la posición más cómoda a sus mandos.
Pero lo que más llamaba la atención eran las 4 pastillas anticaídas fijadas cada una de ellas mediante dos tornillos y ubicadas en puntos estratégicos de la carrocería, como por ejemplo las que presentaba a ambos lados del escudo frontal o a la altura del supuesto cofre, del cual prescindía, para poder instalar el depósito de 6,5 litros de gasolina y el correspondiente del aceite de la mezcla. Estas protecciones y la posición de los intermitentes, en una ubicación resguardada y lejos de zonas expuestas, ayudaban a salvaguardar la integridad del vehículo en caso de caída tanto en parado como en movimiento, lo que sin duda era un alivio para la cartera de su dueño.
Derivada del Yamaha BW´S 50 utilizaba un chasis monoviga tubular de acero en donde se anclaba su compacta carrocería y unas suspensiones de tarado más bien duro, que en combinación con los neumáticos de gran balón, de 12” de diámetro delante y de 10” detrás, facilitaban el paso por pavimentos bacheados manteniendo en cualquier caso el total control del scooter. En el eje delantero contaba con una horquilla convencional Paioli de 120 mm de carrera a la que iba fijada una pinza de freno de dos pistones que trabaja sobre un disco de 190 mm. El eje posterior disponía de un tambor de freno y situada en el lado izquierdo, llevaba un conjunto muelle-amortiguador de 100 mm de carrera que actuaba directamente sobre el cárter de la transmisión.
Su equipamiento se resumía a lo meramente imprescindible y como muestra de ello su básico panel de instrumentos, que para mantener informado al piloto recurría al obligatorio velocímetro, al indicador del nivel de combustible y a varios avisadores luminosos para la luz larga, los intermitentes y la falta de aceite para la mezcla de su propulsor de 2 tiempos. Éste con una cilindrada de 49 cc y refrigeración mediante aire forzado disponía de arranque eléctrico y la posibilidad de ser puesto en marcha también mediante palanca. El motor era capaz de llegar hasta los 6 CV a 7.700 rpm y siempre estaba dispuesto a subir de vueltas y a dar lo mejor de sí en todo momento aunque esto conllevara un gasto medio de combustible que se situaba en torno a los 4,5 litros.
Gracias a unas medidas compactas y a su estudiada carrocería en busca de la mayor robustez para sobrevivir dentro de la jungla urbana era el scooter perfecto para aquellos que sólo querían un vehículo para trasladarse de A a B y despreocuparse de su integridad física. Su ligero peso de 75 kg y unas firmes suspensiones le otorgaban un ágil comportamiento dentro de la ciudad en la que los potentes frenos eran un plus para la seguridad de su dueño. Aunque era un scooter sencillo y básico, estaba respaldado por la calidad que presentan los productos procedentes de la marca nipona y por ello había que pasar por caja para desembolsar unos 1.500€ por este scooter de estética peculiar.
Javi Martín
Con 20 años no ponía ni una sola tilde y llegaba a cometer faltas como escribir 'hiba'. Algo digno de que me cortaran los dedos. Hoy, me gano un sueldo como redactor. ¡Las vueltas que da la vida! Si me vieran mis profesores del colegio o del instituto, la charla sería de órdago.COMENTARIOS