Las motos eléctricas irrumpieron hace poco más de una década como la gran promesa de la movilidad sostenible. Silenciosas, limpias y con costes operativos reducidos, lo que parecía que estaban destinadas a conquistar las ciudades, reducir la contaminación y renovar un mercado que pedía un cambio. Con un entusiasmo inicial bastante elevado, la realidad del mercado ha sido bastante más fría de lo esperado.
Las ventas no despegan y han llegado a retroceder en comparación a los últimos años, dejando a algunas marcas al borde del colapso o desapareciendo. El estancamiento del sector contrasta con el crecimiento global del mercado de las dos ruedas, especialmente en esos entornos urbanos donde las motos convencionales siguen ganando protagonismo, ante la atenta mirada de las eléctricas.
Algunas empresas, especialmente las más pequeñas y audaces, han intentado resistir a esta situación con propuestas innovadoras, fórmulas de financiación agresivas o posicionamientos de marca disruptivos. Bien es cierto que esto no ha sido suficiente. Algunos modelos como Silence han luchado por hacerse un hueco, mientras que otras propuestas más ambiciosas han tenido que echar el cierre, replegando velas, víctimas de un mercado que todavía no está listo o quizá no lo desea tanto como parecía.
Una promesa que no arranca
La moto eléctrica llegó como símbolo de modernidad, eficiencia y respeto por el medio ambiente. En sus primeros años, la expectación era palpable, con ferias internacionales, acuerdos de colaboración con instituciones públicas y un gran número de start-ups que prometían cambiar las reglas de juego. Esa ilusión inicial se ha ido desinflando como si de un suflé se tratase al enfrentarse con la realidad de un mercado que, pese a valorar la sostenibilidad, sigue priorizando la practicidad, la autonomía y especialmente el precio.

El principal escollo sigue siendo el económico. Estos modelos ofrecen ahorros a medio y largo plazo por su bajo coste de mantenimiento y consumo, el desembolso inicial sigue siendo elevado. Incluso, con ayudas como el Plan Moves III, algunos usuarios se han quejado por los complicados trámites a los que tienen que hacer frente y por la lentitud con la que reciben estas ayudas.
Los tiempos de carga y la autonomía tampoco han ayudado, y por mucho que superen los 100 km, no es suficiente para los moteros, que miran con ansiedad la posibilidad de quedarse sin batería. Por otro lado, no hay una estrategia clara pública e institucional, la cual no se promueve la moto eléctrica como una solución viable y prioritaria para los usuarios. Esto ha llevado a que las ventas no crezcan, las inversiones se ralentizan y la innovación pierda ritmo.
El desengaño del sector: marcas que se quedan por el camino
Cuando arrancó la fiebre eléctrica, muchos emprendedores y marcas emergentes vieron una oportunidad histórica para posicionarse en un mercado virgen. España fue uno de los países más activos, con firmas como Velca, Silence o Ray, que apostaron por un nuevo paradigma de movilidad urbana. En poco tiempo vieron como las dificultades para escalar la producción, los problemas de distribución y los elevados costes logísticos fueron minando la rentabilidad de estas empresas.
Uno de los casos más representativos fue el de Torrot y su filial Muving, una de las pioneras en el motosharing eléctrico. Tras una etapa de fuerte crecimiento y expansión internacional, los problemas financieros acabaron por frenar sus planes. De forma similar, Scutum (matriz de Silence), tras años de liderazgo en ventas eléctricas, ha enfrentado una presión creciente por mantener márgenes en un mercado cada vez más apático. El mismo camino lo han seguido marcas internacionales como Energica o Lightning, que han tenido que limitar su producción o buscar alianzas para sobrevivir.

El problema no ha sido comercial únicamente. También faltaba una red sólida de servicios técnicos y recambios, lo que generó que existiese una gran desconfianza entre los consumidores. Este desengaño, donde los tiempos de espera mayores que los tradicionales, también dañó la imagen de las motos eléctricas. El símbolo de vanguardia se ha convertido en una moda pasajera. Sin confianza, no hay mercado. Sin mercado, las ideas más brillantes acaban apagándose.
Políticas a medio gas; cuando las ayudas no ayudan
La administración ha ido reiterando en muchas ocasiones su supuesta apuesta por la movilidad sostenibles con planes como el MOVES III, que ofrecen ayudas a vehículos eléctricos. Lo que parecía una medida de impulso se ha convertido en un laberinto burocrático que desanima a todos con solicitudes interminables, retrasos en pagos y una falta de información clara, lo que ha provocado una gran frustración en todos.
Más allá del plan MOVES, se constata una falta de visión estratégica, donde la moto eléctrica se ha quedado en tierra de nadie. No existen carriles exclusivos, ni ventajas reales en el uso diario que marquen una diferencia notoria. A esto hay que sumarle la escasa inversión en campañas de concienciación o formación.
La ciudadanía aún desconoce muchas ventajas reales de la moto eléctrica, como su bajo coste de mantenimiento, su eficiencia energética o su capacidad para reducir la contaminación acústica. Con ello, el sector avanza, pero solo. Las marcas tienen que asumir el coste de educar al mercado, de desarrollar infraestructuras propias, lidiando con una regularización que no acompaña.

El eslabón perdido: el usuario que no termina de confiar.
Por mucha publicidad y marketing, el usuario final sigue apostando por la moto convencional y se debe a una cuestión de confianza, llegando a concebir la moto eléctrica como algo frío, impersonal e incluso limitado.
Muchos moteros dudan de su autonomía real. El temor a quedarse tirado o no encontrar un punto de recarga disponible está presente, y a esto hay que sumarle la percepción de que las baterías pierden capacidad con el tiempo y su reemplazo es más costoso. Esa desconfianza subjetiva pesa mucho más que cualquier argumento racional. Tampoco ayuda que las motos eléctricas estén en una especie de “limbo cultural”. No hay referentes míticos, ni grandes historias de aventuras, ni modelos icónicos que despierten pasión.
Y lo más importante pasa por otro aspecto, si la moto se rompe, ¿dónde la llevo? Muchos talleres no aceptan las motos eléctricas, y los servicios oficiales están limitados a pequeñas ciudades. Esto hace que de la sensación de un producto incompleto, lo que hace que haya más desconfianza. Por ello, el usuario potencial va a lo seguro, una scooter de gasolina, barata, reparable en cualquier esquina y sobre todo, fiable.
Luz entre sombras: cuando la fórmula funciona
Es cierto que el panorama general de las motos eléctricas presenta muchas sombras, aunque existen algunos casos donde se confirma que la transición es posible. Esto se ve en algunas marcas pequeñas, pero que tienen una visión clara con modelos bien definidos, lo que hace que tengan una base sólida de usuarios fieles.

El claro ejemplo se encuentra en Silence, que tras años de crecimiento, ha expandido su oferta a flotas corporativas y motosharing, en un nicho donde la electricidad ofrece claras ventajas de coste y mantenimiento. Su apuesta por el desarrollo propio de baterías y la creación de puntos de recargas privados le ha dado un mayor control de la experiencia de usuario.
Otro caso a seguir es el de NIU, una marca china que ha irrumpido en Europa con modelos de calidad, precios competitivos y una plataforma tecnológica para la gestión de flotas y usuarios particulares. NIU ha sabido combinar prestaciones decentes con un diseño atractivo y funcionalidades digitales que atraen a un público joven y urbano, cada vez más habituado a la movilidad conectada y sostenible.
Un callejón sin salida
El renacer de las motos eléctricas está en un punto crítico. La transición hacia una movilidad más limpia y sostenible choca con retos tecnológicos, sociales y económicos, algo que no se puede ignorar. El mercado europeo, y en especial el español, no ha encontrado todavía la fórmula para que este cambio sea viable y atractivo para el gran público.
Para que este futuro sea una realidad cercana, será necesario un compromiso real de todos los actores, es decir, fabricantes, usuarios e instituciones. Mejoras en las infraestructuras, una regulación más coherente y ayudas efectivas, junto con producto que respondan a las expectativas y a los hábitos de los motoristas, serán claves para superar el escepticismo actual.
No hay duda de que el reto es grande, pero la oportunidad que hay por delante también. La moto eléctrica puede dejar de ser una promesa para convertirse en protagonista de la movilidad urbana e interurbana. Pero para eso, primero debemos estar realmente listos para el cambio. Y ese proceso, por complejo que sea, ya ha comenzado.
Alejandro Delgado
COMENTARIOS