El rugido del motor todavía resuena en las montañas de los Dolomitas mientras Davide suelta las manos del manillar. La Ducati Multistrada V4, con sus radares, cámaras y procesadores, mantiene el ritmo perfecto, frena antes de la curva, calcula el ángulo ideal de inclinación y controla la tracción como si ángel de la guarda digital pilotase en la sombra.
Durante décadas, la moto fue el último reducto de la conducción puramente analógica. El lugar donde el piloto mandaba y la máquina obedecía. Sin cinturones de seguridad, sin airbags, sin asistentes intrusivos. La revolución digital, que fue capaz de transformar los coches en cerebros rodantes, también han llegado a las motos.
Sensores que leen la carretera cientos de veces por segundo, inteligencia artificial que predice nuestras reacciones, radares que detectan peligros invisibles, algoritmos que adaptan el comportamiento del motor y la suspensión al estilo de conducción del piloto. Las motos inteligentes están aquí, y no solo prometen hacernos más seguros, también cuestionan el viejo pacto de honor entre el motero y su máquina.
El origen de la inteligencia sobre dos ruedas
La historia de las motos inteligentes no comenzó con un software sofisticado, sino con pequeños gestos tecnológicos que, casi sin darnos cuenta, fueron invadiendo nuestras monturas. Primero fueron los sistemas de inyección electrónica, que reemplazaron a los carburadores, afinando las mezclas de aire y combustible de manera precisa. Después llegaron los sistemas ABS, que evitaron miles de accidentes impidiendo que la rueda delantera se bloquease en frenadas de pánico.

La llegada del control de tracción fue un salto aún mayor. Ya no se trataba solo de frenar con seguridad, sino de gestionar la entrega de potencia al asfalto. Los primeros sistemas eran toscos, intrusivos, casi molestos para los puristas. Pero la evolución fue rápida. Sensores de velocidad en ambas ruedas, giroscopios, centralitas cada vez más rápidas…
Luego el cerebro electrónico se expandió hacia los modos de conducción programables, suspensiones activas, frenos combinados, anti-wheelie, etc. La moto comenzó a tomar decisiones que antes solo correspondían al piloto, decisiones en milisegundos, imposibles para cualquier humano.
La gran revolución llegó en los años 2010, con la llegada de la IMU. Este pequeño módulo, repleto de sensores de última generación, permite a la moto saber en tiempo real su posición exacta en el espacio. Los asistentes dejaron de ser lineales para ser predictivos y adaptativos.
El hardware: sensores, radares, cámaras y procesadores
Cada centímetro de nuestras motos están llenos de sensores ocultos que actúan como los sentidos de un animal hipersensible. Como si fueran los ojos, oídos y reflejos de un felino cazador, los dispositivos electrónicos de última generación trabajan sin descanso. En ese sentido, los radares delanteros, parecidos a los coches, miden la distancia con el vehículo precedente y permite que el control de crucero adaptativo o el frenado de emergencia funcionen.

Los sensores de ángulo muerto están colocados en los laterales y vigilan constantemente los puntos ciegos, advirtiendo al piloto mediante señales visuales o vibraciones en el manillar si un coche se acerca peligrosamente, por un lado. Las cámaras de visión envolvente, aún poco comunes, pero en crecimiento, permiten crear una imagen virtual 360º de todo lo que le rodea a la moto.
Algunas marcas trabajan en sistemas de detección de peatones o ciclistas con IA, lo que podría anticipar maniobras peligrosas, pero estos datos serían inútiles sin un cerebro capaz de analizarlo en tiempo real. Ahí están los procesadores de alto rendimiento, que son chips generados por gigantes como NVIDIA o Bosch, que son capaces de analizar miles de variables por segundo y crear modelos predictivos del comportamiento de la moto.
Lo sorprendente es que no solo se calcula la potencia, sino que son chips muy diminutos que son instalados en la moto sin penalizar en el peso de la moto. El hardware ha madurado tanto que ya es capaz de acompañarnos en cualquier tipo de moto
El software: algoritmos que aprenden de ti
Si el hardware es el cuerpo, el software es el alma. Los algoritmos de las motos no son estáticos, están diseñados para aprender y adaptarse a cada piloto. Las centralitas modernas recopilan datos de uso, como la velocidad, el ángulo de inclinación, patrones de aceleración, y un largo etcétera.

Con este aprendizaje adaptativo permite que el sistema de control de tracción sea más permisivo si detecta que el piloto tiene experiencia, pero se vuelve extremadamente conservador si percibe maniobras inseguras. Las actualizaciones de software over-the-air (OTA) han abierto un nuevo paradigma. Hoy puedes comprar una moto y meses después recibir mejoras en los algoritmos de conducción, ampliando las funciones y con nuevos modos de conducción.
Detrás de estas innovaciones están equipos de ingenieros de software, matemáticos y expertos en machine learning. Sus algoritmos no solo gestionan datos del piloto, sino también de millones de motos conectadas. Este big data alimenta los sistemas predictivos. Algunos sistemas experimentales ya son capaces de ajustar dinámicamente los parámetros según el estado físico del piloto, lo que hace que la moto podría no solo protegernos sino también conocernos.
¿Más seguras o más dependientes?
El ABS ha reducido en más del 40% los accidentes por bloqueo de rueda, los sistemas de control de tracción evitan derrapes mortales y los radares de las motos detectan coches que cambian de carril de forma imprevista. Eso si, algunos creen que el exceso de ayudas puede provocar que muchos conductores nunca desarrollan el instinto natural de controlar un derrape o de calcular el margen de adherencia en una curva mojada.
Durante las pruebas, algunos instructores han demostrado que pilotos novatos pueden tomar curvas mojadas a 150 km/h sin un derrape, gracias a la electrónica. Aunque eso también comporta otras cosas, y es que un simple fallo de un sensor puede bloquear la moto por completo.

El futuro con motos autónomas y sin piloto
Algunos proyectos experimentales apuntan que el futuro no necesita un piloto. El proyecto Riding Assist, de Honda, nos mostraban una moto que era capaz de mantenerse de pie sola, desplazarse lateralmente sin conductor y corregir el equilibrio incluso estando parada. El debate ético es intenso. La moto siempre ha sido el reflejo de libertad, individualismo y algunos creen que estas tecnologías tendrán su lugar logístico, pero difícilmente reemplazarán la experiencia emocional.
Todo hace pensar que el futuro de la moto es mixto, con motocicletas autónomas para desplazamientos urbanos rutinarios, pero con un modo manual que está pensado para el ocio más puro. El viaje hacia la inteligencia total ya está en marcha. La moto inteligente ha llegado para quedarse y aunque nos cueste admitirlo, probablemente será la responsabilidad de que sigamos vivos tras ese susto inesperado en la curva de siempre.
Alejandro Delgado
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