El Italjet Teen-Ager es uno de esos ciclomotores que aparecen y te obligan a frenar en seco: ¿qué demonios es esto y por qué nadie me había avisado? A primera vista parece un tubone noventero más, con depósito en el chasis, postura despreocupada y ese aire de ciclomotor “para fardar con tus colegas en la plaza”. Pero no: este pequeño artefacto nació en los años 70, justo en la década en la que la industria italiana estaba probando ideas raras, híbridos extraños y conceptos que, vistos hoy, parecen sacados de un álbum de prototipos.

El Teen-Ager respondía a una época en la que los jóvenes querían algo más que un simple ciclomotor utilitario. La Vespa dominaba, sí, pero también estaba esa generación de chavales que buscaban algo con un punto más moderno, ligero, con estética casi de bicicleta gorda… sin tener que meterse en motos “de verdad”. Italjet, que siempre fue la marca italiana más atrevida, como demuestran décadas de scooters exóticos, minimotos locas y diseños que hoy serían imposibles. Vio el hueco y lanzó este modelo que, sin pretenderlo, acabó siendo uno de los precursores de la estética que más tarde dominaría en los 80 y 90.

El planteamiento era sencillo: un ciclomotor ligero, con diseño estilizado, llantas finas, asiento “tipo bici”, depósito integrado en el chasis y un motor de pequeña cilindrada que priorizaba el uso urbano. Era un vehículo para moverse por la ciudad con soltura, pero también para presumir un poco, porque el Teen-Ager tenía ese toque italiano entre elegante y canalla que casi nadie más sabía hacer.

Técnicamente no inventaba nada del otro mundo, pero es que no lo necesitaba. Su encanto residía en la personalidad, en ese aire entre minimalista que lo convertía en un adelantado a su tiempo. Hoy, comparado con los tubone de finales de los 80 o los scooters atrevidos de los 90, parece casi un eslabón perdido: ni tan avanzado como aquellos, ni tan simple, pero al mismo tiempo, con algo de los dos…

Eso sí, conviene recordar un detalle importante: el Italjet Teen-Ager no llegó a España. Y duele, porque en un país donde los ciclomotores formaron parte del paisaje –y de la adolescencia de varias generaciones– habría encajado como un guante. Aquí tuvimos nuestros Vespino, nuestros tubone nacionales, nuestras locuras locales… pero esta rareza italiana nunca cruzó la frontera. Quizá por eso nos atrae tanto ahora: porque pertenece a ese catálogo de máquinas que sólo puedes ver en fotos y soñar con cómo habría sido circular con una por tu barrio.