A finales de los años sesenta Yamaha sabía perfectamente cómo fabricar en gran serie logrando además la mejor relación calidad/precio posible. Sin embargo el mercado de las dos ruedas motorizadas evolucionaba especialmente rápido en la época, por lo que modelos como la HT-1 de 1970 -destinada a un público joven e incluso con ciertas aptitudes para la práctica del Trial- debían ser rápidamente actualizadas a fin de no quedarse atrás ante el ritmo implacable de la competencia.
Además el cada vez más prometedor campo de las Off-Road requería de éxitos en la competición a fin de estimular las ventas en los concesionarios. Por ello, y más allá de sus diseños juveniles a precios populares, Yamaha debía emprender el camino de las cilindradas superiores aplicadas a chasis específicamente diseñados por y para el Trial.
Así las cosas, en 1973 persuadió al mismísimo Mick Andrews quien, a priori, no planteó demasiados problemas para dejarse querer dejando así a OSSA. Marca con la que acababa de desarrollar la 250 MAR aunque, a decir verdad, no terminaba de colmar sus expectativas en lo referido al apoyo logístico en la competición.
Dicho esto, durante aquel mismo año este icónico piloto empezó a trabajar con los técnicos de Yamaha a fin de replicar en la casa nipona lo mismo que había logrado en la catalana. Es decir, afinar un modelo de Trial altamente eficaz para la competición y, además, asumible para su inmediata producción en serie.
Bajo este contexto, a comienzos de 1974 Yamaha presentó orgullosa su TY250 J. Inicio de una prolífica saga trialera, ésta al fin posicionaba a la marca en la primera plana mundial de la especialidad. Es más, en 1974 y 1975 -con Mick Andres al manillar- logró hacerse con la victoria en el Scottish Six Days Trial.
Todo un éxito que, sin embargo, no tendría la continuidad necesaria como para lograr los éxitos interpretados por otras casas tanto españolas como japonesas. No obstante, el partido ya estaba en juego y, además, Yamaha había logrado plantear una magnífica gama para los aficionados al Trial; todo un acierto comercial pues, en vez de apostar por la tecnología más específica, lo hizo por el diseño de máquinas plenamente trialeras, sí, pero al tiempo accesibles al común de la afición.
El chasis de doble cuna en aluminio fue la base perfecta para una máquina de Trial adecuada para los años noventa y, al mismo tiempo, capaz de sintetizar los éxitos de Yamaha en esta especialidad del Off-Road desde que empezara en ella como tal allá por 1973.
Llegados a este punto, en Yamaha pasaron los años sin lanzarse ningún hito tecnológico relativo al Trial. Por ello, y ya llegados los años noventa, la dirección de la marca relanzó sus ambiciones en dicha rama del Off-Road poniendo encima de la mesa un programa de desarrollo a fin de crear algo completamente nuevo y disruptivo. Todo ello, además, usando la competición como campo de pruebas donde exhibirse.
Una ambición iniciada durante la temporada de 1993, cuando empezaron a verse las primeras unidades de una motocicleta basada en un llamativo chasis de doble cuna en aluminio. “Ligera como una bicicleta” aunque “con mucha potencia”, lo que ya en 1996 llegaría a los concesionarios bajo el nombre de Yamaha TY250Z conservó aquel revolucionario bastidor insertando en el mismo un motor monocilíndrico con dos tiempos y 349 centímetros cúbicos con refrigeración líquida capaz de rendir 19,5 CV a 5.000 revoluciones por minuto. Al fin un nuevo diseño de Yamaha con la capacidad de encandilar a la afición por el Trial.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS