Los inicios de Bimota se pueden empezar a entender usando uno de los anuncios relativos a la automoción que más ha calado en la cultura popular. El protagonizado por Carl Lewis para Pirelli. En él se podía ver al mítico atleta listo para tomar la salida de una prueba de velocidad calzado con unos enormes tacones. La imagen perfecta para insertar el celebrado eslogan de “ la potencia sin control no sirve de nada “. Una sentencia que llevaba por caminos de dificultad a los ingenieros japoneses de los setenta. Y es que sus motores ya habían conquistado alturas muy prestacionales. Tan altas que los chasis no podían asumirlas sin poner en un brete todo lo relativo a la estabilidad.
Toda una paradoja, ¿verdad? Tener la potencia pero no tener el control correcto para transmitirla al suelo sin que cada curva o aceleración se convierta en el conato de un nuevo acto suicida. Así las cosas, desde Italia llegó una respuesta orientada al segmento de las superbikes y las carreras-cliente bajo el nombre de Bimota. Una fábrica exclusiva, sólo apta para tiradas muy cortas realizadas con la unión de los mejores motores del momento y sus chasis de fabricación propia. Y es que precisamente era en ese segundo punto donde los italianos podían sacar pecho frente a los japoneses, habiendo adquirido una enorme experiencia en materia de bastidores tras décadas y décadas de dejarse la piel en los circuitos.
Al frente del diseño en Bimota se puso Massimo Tamburini. Uno de los mitos indiscutibles del motociclismo italiano. Responsable de la Ducati 916 y la MV Agusta F4 entre otras muchas. A partir de ahí, sus creaciones de alto nivel fueron empapando poco a poco al segmento más prestacional de las dos ruedas, llegando a ganar el título mundial de 350 en 1980 con una Bimota propulsada por un motor Yamaha pilotada por el sudafricano dos veces segundo en el TT de la Isla de Man Jon Ekerold. Una excelente apertura de década para la marca italiana, la cual cinco años más tarde presentaría a una de sus creaciones más recordadas. La Bimota DB1.
Los chasis de diseño propio daban cobijo a los mejores motores del momento, logrando así unas motocicletas realmente excepcionales
Bimota DB1, primera de la marca con motor Ducati
Entre los fabricantes que proveyeron de motores a Bimota han estado BMW, Gilera, Honda, Kawaasaki, Yamaha, Suzuki e incluso Harley-Davidson. No obstante, hasta 1985 no se lanzó a incorporar en uno de sus chasis un diseño mecánico firmado por su compatriota Ducati. El escogido fue el que se había montado en la Pantah.
Algo que hizo levantar escepticismos en la época ya que, ¿se podía mejorar a la Pantah? ¿O por el contrario la Bimota DB1 sólo sería una especie de modificación exclusiva sin mucho fondo tecnológico? Lejos de ello, en Bimota se emplearon a fondo para que su creación tuviera una personalidad propia y un resultado aún más óptimo que el aportado por la Ducati.
Algo que se comprueba a primera vista, con un cuidado carenado en fibra de vidrio que ayuda a dejar el conjunto en tan sólo 160 kilos. Respecto al chasis, éste se realizó en tubos de acero pensando seis kilos. Con estas coordenadas, de la Bimota DB1 se consiguió una ligereza que combinada al buen estudio del chasis no estuvo necesariamente reñida con el aplomo y la estabilidad.
Más allá de su técnica, esta motocicleta quedará para siempre en el recuerdo de los aficionados al motociclismo de los años ochenta gracias a su llamativo diseño y magnífico carenado
En lo relativo a la mecánica, al motor de la Ducati Pantah se le retocaron los cilindros al ser incorporado a la Bimota DB1. Eso sí, básicamente es el bicilíndrico de cuatro tiempos con 748 centímetros cúbicos para rendir 70 CV a 8.000 revoluciones por minuto con 58 Nm de par a 6.500 revoluciones por minuto. Todo ello parado con dobles discos delanteros de 280 milímetros dotados de pinzas Brembo y detrás un monodisco de 230 milímetros. Un despliegue mecánico que, sin embargo, quedó eclipsado por la magnífica apariencia de la Bimota DB1. Sin duda una de las monturas más recordadas de todos los años ochenta.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS