A la hora de hablar sobre cómo los japoneses entienden la movilidad urbana podríamos recurrir a la sempiterna sobriedad de su estética tradicional. Algo que se ve en la templanza de sus jardines y edificios, fundidos con el entorno en el ánimo de no resaltar más de lo debido. Sin embargo, la verdad es que la sencillez dominante en sus vehículos intrametropolitanos más bien viene de la superpoblación del archipiélago. Un conjunto de islas montañosas donde la mayor parte de sus 125 millones de habitantes se hacina en áreas urbanas a punto de colapsar. El lugar perfecto para modelos como la Fuji Go-Devil.
Una minúscula motocicleta capaz de plegarse hasta ser guardada en un bolso de gimnasio para no tener así que aparcarla. Y es que, por increíble que parezca, la circulación en ciudades como Tokio puede ser tan caótica que encontrar un lugar donde estacionar resulta una aventura. Para entender esto, sólo tenemos que echar un vistazo a la industria automotriz nipona tras la Segunda Guerra Mundial. Posiblemente la más fecunda del planeta en lo que a microcoches y pequeñas motos haya existido nunca. Todo ello con la coyuntura del espacio de fondo, la cual galopó al alza cuando la pobreza asoló el país en los tiempos de la inmediata postguerra.
Así las cosas, en Japón no resulta extraño ver inventos como la Fuji Go-Devil. Capaces de ser transportados como un simple bulto dándote así la oportunidad de alternar con ellos trayectos en metro con otros por vía urbana. De hecho, Mazda creó un vehículo de cuatro ruedas capaz de plegarse en forma de maleta. Un invento que se acompasó al realizado por Honda con la Motocompo. Una motocicleta hecha a medida del maletero de un kei-car con el cual realizada la combinación perfecta para ir hasta la ciudad a cuatro ruedas y moverse dentro de ella a dos. Otro de los iconos en esta senda de minimotos urbanas en la cual la Go-Devil de 1964 es todo un referente.
Tras la Segunda Guerra Mundial la escasez y el crecimiento demográfico hicieron de Japón el país más representativo en materia de microcoches y pequeñas motos plegables
Fuji Go-Devil, la motocicleta del diablo
La verdad es que con la Fuji Go-Devil se da uno de los casos más curiosos de incoherencia entre el nombre comercial y la realidad del producto. Y es que uno realmente no imagina a un vigoroso demonio sembrando el caos a lomos de esta micromoto. No obstante, su marca -Fuji Heavy Industries- es la sucesora de Nakajima. El principal constructor de aviones de combate para el Ejército Imperial Japonés y matriz de la actual Subaru. Una historia con la que se entiende el alto nivel tecnológico desarrollado por la fábrica que firma la Go-Devil, responsable de efectivos motores bóxer y contrastadas tracciones 4WD.
De esta forma se entiende que no estamos ante una simple ocurrencia, sino ante un producto de calidad dentro de la modestia del segmento al cual pertenece. De hecho, diversas publicaciones de la época alabaron la resistencia de la Fuji Go-Devil así como su desempeño en ciudad llegando hasta los 37 km/h. Datos que van en el hilo de la forma y manera en la que se publicitaba: “justo lo que necesita, y nada más”. Una alabanza de la sencillez que sirvió para vender este vehículo durante tres años con características como la suspensión de brazo oscilante o su horquilla delantera a 30 grados.
A pesar de parecer casi de juguete, las pruebas de la época la sitúan como una creación dotada de excelente calidad de fabricación y un rendimiento suficiente para su cometido
Respecto a la potencia no existen datos fiables y universales en lo que se refiere al caballaje. No obstante, su motor monocilíndrico de 50 centímetros cúbicos refrigerado por aire da más que suficiente para mover el peso de una persona a través de trayectos cortos por calles de circulación lenta. Justo el uso que se ha de dar a esta Fuji Go-Devil, puesto que no nació para devorar autopistas sino para usarse en movimientos combinados con transporte público y automóvil. Algo similar a lo que hoy en día ocurre con los patinetes eléctricos o las bicicletas plegables pero con una motocicleta de los años sesenta. Realmente ocurrente.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS