Cuando hablamos de Lambretta dentro de la historia industrial de España, la asociación con las populares scooter fabricadas en Éibar resulta inmediata. Sin embargo, bajo aquella marca comercial no sólo salieron monturas urbanas con cilindras de 125, 150 o incluso 200 centímetros cúbicos, sino también ciclomotores que, en el caso del Lambretta Trepador de 1973, contaban con evidentes cualidades camperas. De todos modos, lo mejor para entender a este modelo será irnos a otro. Concretamente al Puch Minicross.
Producto de un claro interés al alza por la práctica del Motocross, este ciclomotor representó una inteligente maniobra comercial por parte de su fabricantes. No en vano, durante los años sesenta cada vez eran más quienes se interesaban por las monturas camperas, especialmente entre el público más joven. De esta manera, crear un ciclomotor – beneficiado por exenciones fiscales y la posibilidad de ser conducido desde los 16 años – pensado para la iniciación en el Motocross parecía una excelente idea. De hecho, no sólo lo pareció sino que lo fue.
Así las cosas, cuando Avello – la cual acaba de firmar un pacto con Puch dejando atrás su época de fabricación bajo licencias MV Agusta – lanzó la Minicross en 1972 ésta se convirtió en un éxito de ventas. Algo que seguramente llamó poderosamente la atención en Eibar. Y es que, al fin y al cabo, aunque Lambretta Locomociones había mutado a Serveta tras firmar sus pactos con Honda en 1967, la empresa vasca seguía con el afán de perpetuar la gama Lambretta. Incluso con diseños propios, lo cual adquiría pleno sentido cuando la matriz italiana de los populares scooter cerró en 1972. Justo el año en el que Serveta llamó al diseñador José María Garagorri con la intención de realizarle un encargo muy concreto.
A comienzos de los setenta en el mercado español se abrió un segmento muy interesante para no pocos fabricantes, basado en ofertar ciclomotores camperos al público adolescente
Lambretta Trepador, un ciclomotor con ganas de campo
Como hemos visto, para comienzos de los años setenta los ciclomotores ya no eran sólo aquellas sencillas y populares máquinas con las que desplazarse económicamente al trabajo. Lejos de ello, la expansión del consumo producida tras los Planes de Estabilización de 1959 hizo que incluso las capas populares pudieran pensar en vehículos recreacionales. Es más, hasta la adolescencia podía participar de ello en ciertos casos.
Gracias a ello se abría un nuevo mercado al que las marcas decidieron concurrir con no pocos modelos. No sólo atraídos por las posibilidades de venta inmediata, sino también por la capacidad de fidelizar a futuros y potenciales clientes desde la adquisición de su primera moto. Viendo esto, Serveta encargó a Garagorri el diseño de varios ciclomotores deportivos. Así las cosas, a partir de 1973 – y hasta 1980 – la empresa vasca contó con una gama de monturas con menos de 50 centímetros cúbicos vendidas bajo la denominación comercial de Lambretta.
Para empezar, la L – pensada como primera moto ya desde el nombre, con clara alusiones al primer año de conducción – presentaba un diseño clásico y completo para el día a día. Base sobre la que la Alazán iba un paso más allá dando un toque más deportivo, con su chasis ligero donde el motor quedaba descolgado en vez de abrazado por su zona inferior. Tras esto, la oferta de ciclomotores se ampliaba con dos opciones camperas también con el sempiterno motor de 49 centímetros cúbicos y dos tiempos. Hablamos de la Ranger y, claro está, la Lambretta Trepador. Además, también estuvo la Puma.
Desgraciadamente, los contantes problemas financieros de Serveta hicieron muy difícil continuar ampliando la gama de ciclomotores, acabando con estos modelos en torno a 1979
Y es que la gama de ciclomotores ofertada por Serveta tuvo una existencia prolífica, con diversas evoluciones a pesar de no haber llegado a ser dominantes en un mercado donde los grandes números eran manejados por Puch y Derbi. Algo en parte entendible, ya que los constantes problemas financieros presentados por la casa vasca mermaron la calidad de fabricación, registrándose ciertos problemas de fiabilidad no tanto achacados al diseño como al escaso nivel de ciertos proveedores. No obstante, fuera como fuese lo cierto es que la suspensión de pagos producida en 1979 se llevó por delante a la Lambretta Trepador así como no pocas esperanzas de futuro, comenzando una lenta agonía de diez años más hasta el fin definitivo de lo que empezó siendo en 1953 Lambretta Locomociones S.A.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS