Desde el punto de vista financiero, uno de los puntos fuertes de Yamaha ha sido la diversificación de su oferta ya desde los años sesenta. De esta manera, lejos de enfocarse tan sólo a la producción de motocicletas y ciclomotores -tanto enfocados al asfalto como al Off-Road- la empresa nipona también supo posicionarse en ámbitos como el de los motores náuticos o, incluso, el de las motos de nieve. Es más, en este último nicho de mercado logró hacerse especialmente fuerte en los Estados Unidos, ocupando buena parte del mismo ya en los lejanos años setenta.
Sin embargo los comienzos no fueron fáciles. De hecho, el proceso de desarrollo se demoró por más de cinco años, con multitud de pruebas tanto en Japón como en Canadá con un equipo de técnicos plenamente dedicados a la tarea. Y además, dicho sea de paso, ayudados por el hecho de no empezar sobre sobre un estricto papel en blanco pues, no en vano, el punto de arranque para todo aquello fue la compra por parte de Yamaha de una moto de nieve producida por Bombardier allá por 1965.
Y no, no nos referimos a la compra de una patente; sino a la de una unidad de concesionario que, convenientemente despiezada, fue la inspiración y base necesaria para los ingenieros japoneses pudieran dar los primeros pasos en la creación de las motos de nieve con sello Yamaha. Dicho esto, y más allá de las lógicas consideraciones sobre espionaje industrial, lo primero en venir a nuestras mentes es qué era aquello de Bombardier. Cuestión para la cual hemos de situarnos allá por 1922, cuando el joven canadiense J. Armand Bombardier empezó a demostrar su ingenio mecánico para desesperación de su fatigado padre.
Cuando Yamaha buscó una base sobre la cual experimentar con su primer diseño para nieve encontró en este modelo la inspiración perfecta
Ski-Doo, una pionera en el ámbito de la nieve
Con tan sólo quince años, J. Armand Bombardier logró ensamblar el motor de un Ford Model T a unas aspas para, acto seguido, situar este improvisado propulsor sobre una estructura con esquís. Resultado de ello fue la aparición de una de las primeras máquinas autopropulsadas para desplazarse por territorios nevados, dando así una alternativa a los recurrentes trineos tirados por perros.
Eso sí, el hecho de llevar las aspas al descubierto aterrorizó al padre de nuestro joven inventor, quien tuvo que ver cómo su invento era reducido a añicos por la voluntad de un padre temeroso de ver a su hijo convertido en picadillo tras el efecto de un mal bache en la estabilidad del conjunto. No obstante, éste no cejó en su intento, presentando en 1937 su modelo B7 listo para la producción en serie. Y es que, no en vano, éste sí resultaba plenamente práctico gracias a su tracción oruga así como a una cabina completamente cerrada.
Además, justo una década después redobló la apuesta gracias al B12 CS. Tan amplio, fiable y efectivo que interpretó un gran éxito comercial para ser utilizado en zonas nevadas de Norteamérica como vehículo privado pero también ambulancia, reparto de suministros e incluso transporte colectivo. En suma, todo un éxito capaz de llenar las cuentas de Bombardier -nuestro canadiense no se tomó demasiadas molestias en la elección de un nombre comercial para su empresa- para así permitir el nacimiento de modelos más concretos.
Desde adolescente su creador mostró una enormes dotes para el diseño aunque, a decir verdad, aquellas primeras máquinas pudieran hacerte picadillo fácilmente al no llevar cubiertas sus aspas sin tan siquiera una escueta rejilla
Modelos más concretos como la Ski-Doo de 1959. Una de las primeras motos de nieve fabricadas en serie y, a la postre, base sobre la cual se desarrollaron los primeros diseños de Yamaha en relación a este sector. Pensada para el transporte -en principio- de tan sólo una persona, esta máquina tan primitiva como eficaz lucía un diseño minimalista bajo el cual se escondía una mecánica monocilíndrica con cuatro tiempos capaz de entregar 7 CV a 3.600 revoluciones por minuto. En fin, de una manera u otra, el cimiento sobre el cual Yamaha pudo desarrollar su prolífica trayectoria con las motos de nieve.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS