Dentro del motociclismo con origen vasco, la marca Torrot es una de las menos conocidas. De hecho, cuesta bastante reunir tan sólo algunas pinceladas certeras sobre cualquiera de sus modelos. Es más, incluso revisando la historia del Torrot Mustang 4VL – posiblemente la máquina automotriz de mayor éxito en toda su historia – los datos tienden a ser confusos y, a veces, contradictorios. Así las cosas, restaurar una de estas máquinas no representa tan sólo un acto mecánico, sino también un lanzarse de lleno a la investigación de una empresa que, por cierto, resurgió de sus cenizas el pasado 2011 de cara a producir motocicletas eléctricas.
Pero vayamos paso a paso. Por ello, lo mejor será situarnos en el año 1948. Momento en el que Luis Iriondo fundó en Vitoria su propia empresa de bicicletas. Algo, por otra parte, muy común en la época. De hecho, su taller tuvo que vérselas con la hegemonía interpretada por BH y Orbea. Otras marcas nacidas en la zona – BH incluso con antecedentes en la fabricación de armas – que, durante los duros años de la posguerra, ofrecían de forma masiva un transporte asequible a las masas trabajadoras. Eso sí, a pedales. Hecho que, a comienzos de los años cincuenta, no fue óbice para la instalación de motores e, incluso, la fabricación de un ciclomotor por parte de BH.
Bajo este contexto, Luis Iriondo supo ver las posibles ganancias en el mundo de los ciclomotores tal y como también hicieron Motobic o Derbi. Ambas con génesis enclavadas en el mundo de los pedales y no en el del motor. De esta manera, durante los años cincuenta firmó un acuerdo de fabricación bajo licencia con la francesa Terrot. Una de las casas motociclistas más prestigiosas en el país vecino, con raíces en el siglo XIX aunque no fue hasta 1902 cuando se lanzó definitivamente a la producción de motocicletas. Sin duda, un socio muy adecuado para abrirse paso en el prolífico panorama automotriz vasco del momento.
Tras perder a Terrot como socia tecnológica al ser cerrada por Peugeot, la empresa vasca mutó en una letra para llamarse Torrot y así volar por libre en el mercado nacional
Torrot Mustang 4V, al hilo de los ciclomotores cross
Con diseños asequibles y populares por bandera, la asociación entre Luis Iriondo y Terrot se consolidó tan rápido como acabó. Y es que, tras ser absorbida por Peugeot en 1958, la casa francesa dejó no sólo de producir sino también de diseñar. Es decir, se acabó tenerla como socia tecnológica. No obstante, en la fábrica vasca siguieron por libre produciendo sus propios motores. Es más, no les fue nada mal. De hecho, durante los años sesenta cambiaron el nombre a Torrot – una mutación sutil pero suficiente para abrir una nueva época sin cortar de plano con el pasado – al tiempo que no abandonaron la producción de bicicletas.
Así las cosas, en los años setenta Torrot estaba en plena forma, atenta a las nuevas tendencias del mercado de dos ruedas tanto en la versión motorizada con en la propulsada a pedales. Gracias a ello, advirtió el negocio que se estaba abriendo en todo lo relacionado con el circular por los caminos con un sentido deportivo. Para empezar, fue una de las primeras marcas españolas en ofrecer bicicletas de Cross. Algo que no pocos aficionados recordarán gracias a las míticas MX con asiento corrido.
Además, Torrot decidió incorporarse a la moda por los ciclomotores camperos. Accesibles en el precio, fácilmente modificables y sobre todo muy divertidos para los adolescentes, éstos interpretaron uno de los nichos de mercado más lucrativos de los setenta con éxitos como el Puch Minicross, el Derbi Cross o el Gimson Canigó TT. Es más, hasta la eibarresa Lambretta Locomociones produjo su propio modelo en este sentido. Una inspiración bastante cercana para la también vasca Torrot.
No sólo en el mundo del motor, sino también en el pedal, esta empresa vasca ofreció opciones Cross que hoy en día hacen las delicias de los coleccionistas más enfocados en lo escaso
A partir de aquí, lo primero que destaca del Torrot Mustang 4V es su parecido visual con la Montesa Cota 247. Un referente sin duda bastante querido y deseado en el mercado español. Tras esto, el motor monocilíndrico de 49 centímetros instalado en su cuadro derivaba del usado en otros modelos de la casa, siempre enfocados a las cilindradas más escuetas y urbanas. Eso sí, haciendo eco de la documentación de época parece ser que el rendimiento del mismo quedaba muy por debajo del presentado por la mayor parte de la competencia. En este sentido, algunos aficionados y restauradores señalan a una segunda serie del Torrot Mustang 4V donde se incorporó un motor Sachs. Eso sí, también pueden hallarse fuentes donde se señala que, al menos en fábrica, esa supuesta serie nunca existió, contando por tanto en todas sus unidades con un motor firmado por la propia marca. Sea como fuese, lo cierto es que, entre las múltiples opciones coleccionables en el popular segmento de los ciclomotores camperos, ésta es una de las más selectas e interesantes.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS