Cuando en Harley-Davidson se ponen a trabajar, consiguen hacer modelos que rompen con todo lo establecido, con un diseño sofisticado, pero que nada más verla ya sabes que es una Harley. Los americanos llevan más de 100 años haciendo motos con esa alma y carisma que no solo rugen fuerte, sino que te cuentan historias al oído mientras devoras kilómetros y entre ellas, destaca la Low Rider ST, que no pasa desapercibida.
Nada más fijarte ves que es una moto que no es la tradicional ni una moto que se suele ver en la calle. No es la típica custom de paseo ni la tourer que se va al bingo el domingo. Es una mezcla salvaje entre muscle y comodidad, entre chulería y sentido práctico. Como un tipo duro que, escondidas, escucha soul mientras cuida a su perro.
Que Harley sabe más de todo esto que muchos de nosotros juntos, ha mezclado en la coctelera lo mejor de los dos mundos, donde el espíritu canalla de la calle y la comodidad de los viajes largos se dan la mano. El resultado es una moto que se ve brutal, suena a trueno y para colmo, tiene lo suficiente para llevarte de ruta, sin postureo, pero con la actitud que todos queremos.
Una moto con raíces profundas y mirada al frente
La Low Rider ST no es una invención cualquiera ni una modernada de catálogo más. Viene con el pedigrí, inspirada en la FXRT de los años 80, aquella Sport touring que adornaba los clubs de motoristas que sabían lo que hacían. El carenado frontal que lleva, ese que parece sacado de una peli de acción, como si fuese un homenaje directo. Esto no es solo fachada, el semicarenado anclado al chasis mejora la aerodinámica y te ahorra sacudidas cuando vas a tope en la autopista.

Lo mejor es que Harley ha logrado mantener ese aire de leyenda sin convertir la moto en una pieza de museo. Las líneas angulosas, el faro integrado, y esos detallitos en negro mate… no hay nada que sobre. Es como una chaqueta de cuero buena, envejece con estilo y nunca pasa de moda.
Es una moto que no necesita cromados ni colores chillones para hacerse notar. Con su pinta de moto de forajido elegante, se planta en cualquier sitio como quien dice he venido aquí a hacerme notar. Los que saben, la reconocen al instante y si no la conoces, te vas a quedar embobado mirándola.
Músculo y suavidad
La verdadera bestia se encuentra en su interior y se llama Milwaukee-Eight 117. Casi dos litros de motor V-Twin americano puro de los que hacen vibrar el suelo y erizan la piel. Estamos hablando de 1923 cc, con un par motor de 168 Nm que entra a muy bajas vueltas. Dicho de otra manera, tienes potencia para aburrir, adelantar, subir puertas, salir disparado en un semáforo y todo lo que quieras hacer con una moto que no te partirá los brazos al salir.
Lo mejor no es que empuje como un toro, sino el modo en el que lo hace. Es suave cuando quieres y salvaje cuando te apetece. No te exige ir como un loco todo el rato. Puedes pasear en tercera, sin esfuerzo y disfrutando del sonido grave que sale por los tubos. Es una moto que no te lleva, te lanza, como si se despertara un demonio dormido bajo el depósito.

No es un músculo bruto al uso. Harley lo ha afinado como una buena bebida de alta graduación. Tiene válvulas más grandes, mejor refrigeración y una entrega de potencia extremadamente lineal. No hay tirones raros ni calentones imprevistos. Puedes cruzarte media península sin que te pida descanso.
Comodidad sin renunciar al estilo
Es una moto que no solo te hace quedar bien en las fotos, también te cuida el trasero en los viajes largos. El asiento es firme, pero cómodo, con un diseño que recoge bien la espalda y permite ir horas sin acabar hecho un acordeón. La postura de conducción es muy natural, con las piernas estiradas y los brazos en alto, siendo el rey del asfalto. Nada de posiciones forzadas de superdeportiva ni espalda en forma de interrogación.
Con un manillar tipo club style, te ofrece el control, la presencia, y adema´s hace que parezcas el protagonista de la película. Si a eso le sumas un carenado delantero que desvía el viento como un escudo de gladiador, la cosa se pone seria. No es un carenado de touring grande, pero cumple de sobra.
Igualmente, también le puedes poner una pantalla más alta, cambiar el asiento, manillar o las estriberas. Harley tiene el catálogo de accesorios que quieres y lo mejor de todo es que tiene un gusto brutal.

Más ágil de lo que parece
No te dejes engañar por su pinta de mastodonte. La Low Rider ST se mueve con más soltura de la que su peso sugiere. Son más de 320 kg, pero están bien repartidos, tanto que al primer giro ya te olvidas de la báscula. El chasis Softail hace maravillas y la suspensión trasera ajustable y escondida le da un aire rígido sin serlo.
En curvas rápidas mantiene la trazada como si fuera por raíles. En ciudad, aunque no es una scooter, se deja llevar sin dramas. El tren delantero con horquilla invertida aguanta bien las frenadas y transmite confianza. Puedes meterte en carreteras reviradas y disfrutar como un crío, sin sentir que llevas un sofá sobre ruedas, no busques rodillas en el suelo, esto con ella es imposible.
Los frenos cumplen bien. Doble disco delante, ABS que entra cuando tiene que entrar y una maneta que no se esponja como otras Harley antiguas. El conjunto de seguridad, que es justo lo que necesitas cuando vas cargado o con pasajero. No es una Panigale, pero tampoco lo necesita, tiene el aplomo y estilo necesario.
Puro carácter Harley
Esta moto tiene más presencia que muchos influencers juntos. No hace falta que abras la boca, con solo aparcarla ya estás diciendo que sabes lo que haces. El carenado frontal, las líneas musculosas, el negro mate… todo grita un “aquí mando yo”, sin necesidad de levantar la voz, es una moto que intimida y enamora a partes iguales.
Lo mejor es que no es solo fachada. La calidad de acabados es de diez, materiales buenos, pintura que aguanta, componentes robustos… Nada de plástico barato ni cromados de pega. Aquí hay acero, cuero, metal y actitud, los detalles están cuidados hasta el último tornillo.
La Low Rider ST no es para todos. Y eso es exactamente lo que la hace especial. Es una moto con carácter, con historia, con estilo y con un motor que ruge como un trueno. Te lleva lejos con comodidad, pero sin convertirte en un turista aburrido. Aquí cada kilómetro se disfruta, cada mirada es una excusa para mirarla y cada arranque es una sonrisa.
Alejandro Delgado
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