Con más de 250 fallecidos, el TT de la Isla de Man es una de las carreras más peligrosas en toda la historia de los deportes a motor. Una senda regada con sangre sudor y lágrimas en la que se han dejado la vida pilotos tan queridos para el motociclismo español como Santiago Herrero. El carismático hombre de OSSA fallecido en la isla británica durante la edición de 1970. No obstante, la triste historia de accidentados nacionales en aquel trazado isleño arranca mucho antes, siendo el choque de Miquel Simó contra un poste de cemento en 1939 uno de sus primeros exponentes. Es más, de no haber sido por su casco estaríamos hablando de un desenlace mortal, yendo mucho más allá de las lesiones físicas con las que tuvo que convivir el resto de su vida.
De todos modos, a pesar de contar con una amplia trayectoria deportiva Miquel Simó es más recordado por su faceta industrial. Y es que en este catalán nacido en 1906 resume a la perfección los tiempos seminales del motociclismo en Barcelona, dando muestras de una habilidad mecánica realmente sobresaliente desde muy temprana edad. De hecho, hacia los catorce años llegó a modificar una bicicleta incorporándola un motor de forma artesanal. Creación con la que empezó a aparecer en las primeras competiciones motociclistas convocadas en la zona, resaltando gracias a ese ímpetu juvenil por la velocidad muchas veces confundido con la pura carencia de la debida prudencia.
Así las cosas, poco tiempo después inició sus estudios en la Escuela Industrial de Barcelona. Lugar donde se propuso construir desde cero su propio motor monocilíndrico de dos tiempos con 148 centímetros cúbicos. Y atención, porque lo logró en 1924. Es más, incorporándolo a un sencillo chasis “ loop “ se inscribió en no pocas carreras. Una senda de peligros que, sin embargo, no privó a aquella motocicleta de sobrevivir al tiempo, siendo hoy en día una de las piezas más curiosas de entre todas las expuestas en el Museo Moto de Bassella. Al fin y al cabo, esta unidad no sólo tiene un excelente valor anecdótico, sino que además fue el pistoletazo de salida para que Miquel Simó fundase su propia empresa en 1925. Una de las primeras fabricas motociclistas de la Península Ibérica.
Con tan sólo catorce años este catalán ya estaba armando a mano ingenios con los que participar en todas las carreras que pudiera
Miquel Simó, entre las carreras y la industria
Entre las carreras y la producción industrial en serie siempre ha existido una necesaria dependencia. Y es que, mientras las primeras sirven para generar una determinada imagen de marca, la segunda configura el necesario cimiento económico para sostener el extra de la competición. En ese sentido, tras convertirse en una referencia juvenil dentro del mundo de la competición motociclista en Barcelona, Miquel Simó fundó en 1925 su propia empresa para el ensamblaje de modelos propios.
No obstante, el principal problema al que siempre se enfrentó fue la falta de una logística lo bastante ambiciosa como para generar una gama creíble de cara a los concesionarios. Eso sí, lo que no tuvo desde el punto de vista de la cantidad, Miquel Simó lo compensó desde la calidad, siendo una de las mejores casas motociclistas en la España del momento.
Tanto así que en 1927 logró un contrato con el Ministerio de Guerra bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, surtiendo a esta administración de motocicletas con altos niveles de calidad hasta comienzos de la década siguiente. Un paso importante en la evolución industrial de Miquel Simó, quien hacia 1935 intentó una colaboración con la casa de bicicletas Orbea de cara a una entente en la que una parte proporcionase motores y la otra cuadros.
Si aquel contrato con Orbea hubiera salido adelante se podría haber creado una excelente iniciativa de gran producción en serie
En fin, la verdad es que hubiera sido una oportunidad excelente para la hipotética aparición de una casa motociclista asentada en la España de la época. No obstante, finalmente aquello no salió adelante, por lo que Miquel Simó decidió abandonar definitivamente la producción de motos de calle para centrarse en la competición. Una opción que, como decíamos al principio, tuvo su fin ante aquel poste de cemento en la Isla de Man.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS