Hoy en día Royal Enfield es uno de los casos más claros en relación a cómo la nostalgia vende. De hecho, incluso la nostalgia de lo no vivido. Y es que, al fin y al cabo, el perfil de comprador actual relacionado con esta marca no ha vivido durante los años cincuenta. De hecho, nos atreveríamos a decir -y esto es sólo una sensación subjetiva a falta de datos más concretos- que los más de quienes conducen estas motocicletas no cuentan con una edad especialmente avanzada.
Sin embargo, la posibilidad de llevar una máquina con claro sabor clásico sin renunciar a las comodidades y homologaciones del tiempo presente es algo de lo más atractivo. Especialmente si, además, la referencia estampada sobre el depósito de combustible nos retrotrae a una historia industrial más que reseñable. Una historia que empezó allá por 1901, cuando en las cercanías de la ciudad británica de Birmingham se fundó Royal Enfield con el objetivo compartido de fabricar armas, bicicletas y motocicletas. Una triada, como bien saben en Eibar, bastante común en los inicios de las dos ruedas motorizadas.
Además, esta empresa se enfocó de una manera muy prolífica más allá de las Islas Británicas, utilizando a la India colonial como un punto de fabricación clave en su estructura. Sin embargo, una vez que este país -el cual acaba de llegar por sus propios medios a la zona sur de la luna hace tan sólo unos días- logró su independencia en 1947 las cosas empezaron a cambiar para Royal Enfield. De hecho, si a esto le sumamos la cada vez más encarnizada competencia vivida en el mercado británico -así como diversas pugnas de dirección en el seno de la empresa- ésta estaba empezando a vivir una situación extremadamente comprometida.
Pasada la independencia de la India esta marca comenzó unos tiempos turbulentos de los cuales supo salir mirando a nuevos mercados como el estadounidense
Royal Enfield Interceptor 700, una respuesta para los malos tiempos
1960 no fue un año fácil para Royal Enfield. Lastrada por una situación cada vez más compleja en todos y cada uno de sus flancos, la histórica marca evidenciaba un claro cansancio a pesar de haber relanzado su volumen productivo desde 1955 en adelante gracias a la renovación de sus cadenas de montaje en India. Así las cosas, hacía falta un nuevo modelo capaz de abrirse a mercados prometedores. Mercados como el estadounidense. El cual, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se estaba convirtiendo en un escenario marcado por ventas cada vez más masivas.
Ahora, aquel país contaba con sus propios gustos. Gustos que, en lo referido al terreno, se estaban escorando cada vez más hacia todo lo que tenía que ver con el Off-Road o, al menos, el uso mixto entre carretera y pistas de tierra. En resumen, el escenario ideal para la aparición de las primeras Scrambler británicas. Dirigidas a los concesionarios estadounidenses bajo un mismo planteamiento: poner toda la potencia y fiabilidad de los motores de carretera británicos -muchas veces directamente derivados de modelos de carreras- sobre sólidos chasis listos para entrar a zonas bacheadas.
A partir de aquí, desde Triumph hasta Matchless pasando por todas y cada una de las referencias británicas con ímpetu comercial los diseños Off-Road empezaron a ganar terreno en una oferta, que no pocas veces, se ofrecía en exclusiva para el mercado situado más allá del Atlántico. Con todo ello, en Royal Enfield vieron su oportunidad para abrirse a una nueva época sumándose a la moda de las Scrambler, lo cual hicieron gracias al lanzamiento en 1960 de la Interceptor 700.
Su motor bicilíndrico fue ajustado en base a dar toda la fiabilidad posible, haciendo de esta motocicleta una opción perfecta para los caminos más rudos
Basada en un motor bicilíndrico vertical de 692 centímetros cúbicos -el más potente fabricado por la empresa en aquellos momentos-, esta motocicleta se presentó en los catálogos como la prestacional nunca antes producida por la marca. Además, sólo se ofreció en los mercados canadiense y estadounidense. Y es que, no en vano, se diseñó bajo los cánones de las Scrambler del momento -aún muy apegadas al uso por carretera en verdad- sublimando además su fiabilidad por encima de todo. En suma, una máquina excepcional que, aun no vendiéndose muy bien en su momento, inició una saga con constantes actualizaciones -la primera en 1962- verdaderamente apetecible para los coleccionistas de hoy en día.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS