A finales de los noventa, cuando los scooters empezaban a llenar las ciudades, la Beta Ark llegó con una personalidad que no encajaba del todo en ninguna etiqueta. No era un ciclomotor urbano al uso, ni una deportiva carenada, ni una off-road. Era un crossover en toda regla, antes incluso de que esa palabra se pusiera de moda.
Solo había que echar un vistazo a su imagen para darse cuenta de que no era un scooter más. Tenía personalidad y un aire bastante racing, pero si le montabas unos neumáticos como los usados por el Piaggio Typhoon, se convertía en un scooter crossover con todas las de la ley. Es decir, un rival del mencionado Typhoon, de la Yamaha BW’s y de la Honda X8R-X, todas ellas moto “de 50” populares entre la chavalería de la época y, ¿quién sabe? Quizá sido la primera moto de alguno de los lectores.
Compacta, con chasis de tubos de acero, como todos, llantas anchas y un diseño que destacaba por esa especie de pico de pato delantero y esos “ojitos” pequeños, la Ark desprendía músculo por los cuatro costados. Tenía un aire agresivo, casi de mini-enduro futurista, que rompía con el aspecto dócil de la mayoría de sus rivales. En las versiones más vistosas, con esquemas de color rojo y blanco y vinilos inspirados en la competición, parecía lista para saltar bordillos o colarse por caminos de tierra.
Bajo su piel, un motor Minarelli horizontal de 49 cc —disponible tanto con refrigeración por aire como por agua— garantizaba fiabilidad y una respuesta viva, sobre todo cuando alguien se animaba a montar un escape libre o a cambiar el variador. Porque, si algo definió a la Beta Ark, fue la facilidad para personalizarla. Era una base perfecta para los que querían destacar, tanto por prestaciones como por estética.
Y vaya si destacaba. Su comportamiento era más firme, su conducción más directa y su imagen… más rebelde. Era la moto del que no se conformaba con llegar: quería hacerlo con estilo, con ese sonido bronco del dos tiempos que llenaba los patios de los institutos y las tardes de verano.
Hoy, vista con perspectiva, la Ark fue una adelantada a su tiempo. Aquello que entonces parecía un experimento —un scooter con pinta de moto— es justo lo que el mercado adora ahora: máquinas prácticas, pero con una dosis de actitud.
Una crossover antes de las crossover. Una moto que nació para la ciudad, pero soñaba con escapar de ella. Una moto que hoy sería pura tendencia.


Javi Martín
Con 20 años no ponía ni una sola tilde y llegaba a cometer faltas como escribir 'hiba'. Algo digno de que me cortaran los dedos. Hoy, me gano un sueldo como redactor. ¡Las vueltas que da la vida! Si me vieran mis profesores del colegio o del instituto, la charla sería de órdago.COMENTARIOS