En el mercado automotriz hay una deliciosa paradoja vista no pocas veces. Ni más ni menos que la de ser fiel a un modelo algo anticuado, seguramente menos eficiente que la competencia sobrevenida, más caro de lo razonable e, incluso, costoso en su mantenimiento. Llegados a este punto, ¿a qué se debe esta irracionalidad? Evidentemente a la pasión, la identidad y el comportamiento que no pocas marcas han sabido aportar a los aficionados más puristas. Así las cosas, no pocos motociclistas siguieron siendo tributarios a modelos objetivamente desfasados – pero subjetivamente encantadores – cuando el tsunami japonés arrasó los cimientos del mercado mundial durante los años setenta. Justo el caso de la Husqvarna CR250.
Partiendo de esta base, lo mejor será remontarnos un poco atrás en el tiempo de cara a comprender las razones de aquellos que, con la Honda Elsinore ya en los concesionarios, seguían aferrándose a esta creación sueca. Por ello vamos a irnos hasta 1689. Y sí, no ha sido un error de teclado. No en vano, la historia de Husqvarna empieza en pleno siglo XVII con su labor como proveedora de mosquetes y armamentos diversos al Reino de Suecia. Algo que, vale, sin duda no añade ninguna cualidad objetiva a esta motocicleta aunque, al tiempo, siembra las primeras semillas de admiración en la mente de cualquier aficionado consciente. En fin, de mitomanía no se come, pero al menos sí se cena.
Tras aquella historia militar, Husqvarna se lanzó a la producción de motocicletas a comienzos del siglo XX. Si no nos falla la memoria hacia 1903; justo unos meses después de que Triumph también se lanzara al mundo de las dos ruedas en el Reino Unido. De hecho, con ésta y otras empresas inglesas tuvieron que verse las caras en los circuitos los suecos hasta que, en 1935, Husqvarna se retiró oficialmente de la competición para mayor tranquilidad de Norton y sus acólitos. No obstante, para comienzos de los cincuenta una nueva especialidad motociclista estaba creciendo con fuerza desde su Reino Unido natal. Hablamos del Motocross. Cuya práctica conjugaba bien con monturas ligeras pero robustas dotadas con motores escuetos y fiables. Justo lo que Husqvarna estaba produciendo en la época.
La historia de esta marca sueca se puede rastrear desde el siglo XVII, lo cual da una indudable pátina capaz de seducir a no pocos aficionados conscientes
Husqvarna CR250, la ligereza aplicada al Motocross
A mediados de los cincuenta, el Motocross estaba dejando de ser una moda incipiente en el mundo rural británico para convertirse en una variante deportiva llamada a sumar seguidores por tandas de miles. Así las cosas, Husqvarna vio la posibilidad de introducirse de nuevo en el mundo de la competición especializándose en adaptar sus motocicletas al poder ir dando saltos por sendas embarradas. Es más, en 1955 lanzó la que sería una de las armas definitivas para no pocos de los primeros pilotos profesionales de Motocross. La Silverpilen.
Dominada por un motor de 175 centímetros cúbicos, más allá de sus amortiguaciones específicamente diseñadas para el uso fuera del asfalto lo más importante en ella fue la ligereza. Y es que, gracias al innovador diseño de su cuadro, la Silverpilen arrojaba en báscula poco más de 75 kilos. A partir de aquí, la marca sueca se animó a incorporar motores de cuarto de litro en sus chasis de Motocross. Justo la decisión que la permitió ser dominante en el Mundial de esta especialidad durante los sesenta gracias a las cuatro victorias cosechadas por Torsten Hallman.
Gracias a esta excelente racha en los circuitos, Husqvarna adquirió una potente imagen de marca esencial para entrar en nuevos mercados. Algo bastante importante si querías ser un vendedor masivo de motocicletas pensadas por y para el Motocross en los años sesenta, ya que a partir de 1966 este deporte comenzó a hacerse un hueco pequeño pero creciente en los Estados Unidos. Es más, según se convocaban más carreras – curiosamente aquella espiral tuvo su clímax con la victoria de Jim Pomeroy en el GP de España 1973 – más y más jóvenes querían una moto de Motocross.
En 1955 Husqvarna ya empezó a incidir en la ligereza aplicada al Motocross, una característica que funcionó de forma magnífica en sus éxitos deportivos
Y vaya, en medio de todo aquello apareció justo en 1966 la Husqvarna CR250. Con una cilindrada de cuarto de litro perfecta para la categoría más recorrida por los pilotos, esta motocicleta seguía la estela de la Silverpilen de 1955 ofreciendo una ligereza superior a la entregada por la competencia. De hecho, en 1970 la Husqvarna CR250 presentó una actualización con el chasis en magnesio. Sin duda, una exquisita finura tecnológica capaz de hacerte adicto a un modelo tal y como muchos aficionados a Le Mans cayeron rendidos ante el Porsche 917 y su bastidor en ese mismo ligero – pero inflamable – material. Y es que, a este tipo de cuestiones hay que darle una gran importancia cuando hablamos de esta motocicleta. No en vano, para comienzos de los setenta las motocicletas japonesas de Motocross empezaron a barrer el mercado – especialmente la Honda Elsinore – y, aún así, las Husqvarna CR250 sobrevivieron. Porque sí, eran más caras, más difíciles de mantener y además estaban claramente desfasadas. Pero eran todo un mito. Justo ese tipo de cualidad que a muchos aficionados los mueve, apasiona y fideliza.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS