Lejos de ir improvisando sin sentido, cuando Montesa decidió introducirse al mundo de los ciclomotores lo hizo bajo una planificación metódica. De hecho, lo mejor de cara a comprender su esquema será ir paso a paso. De esta manera, empecemos. Bien, en primer lugar hay que dar respuesta a una pregunta clave. ¿Por qué? Es decir, ¿por qué una empresa bien constituida en el ámbito de las turismo con octavo de litro -posteriormente 175 gracias al lanzamiento de la Impala- habría de interesarse de repente por las cilindradas más escuetas?
Bueno, la explicación la encontramos en cómo el sector de la motocicleta recibió un severo golpe desde finales de los años cincuenta en adelante debido a la popularización de los automóviles compactos. Tan sólo un poco más costosos que una motocicleta, los modelos de acceso presentados por la SEAT de Barcelona o la FASA de Valladolid fueron arrinconando a las motocicletas con 125 centímetros cúbicos. De hecho, a comienzos de los años sesenta las casas motociclistas estaba cayendo una detrás de otro, salvándose tan sólo aquellas que supieron apostar a tiempo por determinados nichos de mercado.
Y bien, uno de ellos fue el de los ciclomotores. Algo muy bien ejemplificado por Derbi, la cual supo ofrecer máquinas fiables y económicas para el transporte personal de jóvenes y trabajadores. Llegados a este punto, en Montesa quisieron participar de aquello ofreciendo ciclomotores de calidad destinados a ocupar el segmento más alto de aquel ámbito popular. Como un Panda bien equipado, vamos a decirlo así. Ahora, dicho esto llegamos al punto de la motorización. Y es que, no en vano, por sencillo que sea un monocilíndrico de dos tiempos con menos de 50 centímetros cúbicos producirlo desde cero requiere de una gran inversión. ¿Solución? La fabricación bajo licencia.
Cuando Montesa entró en el ámbito de los ciclomotores lo hizo bajo una estrategia muy bien pensada, la cual siguió fielmente durante años
Montesa Rápita 50 y 50/S, una pieza interesante para coleccionistas
Tras recurrir al fabricante alemán JLO, Montesa logró la licencia de fabricación de un motor perfecto para desarrollar toda su gama de ciclomotores durante los años sesenta y setenta. A partir de aquí, empezaba el problema relativo cómo dotar a estas máquinas de personalidad y fuerza visual ante el posible comprador. Y es que, como hemos dicho anteriormente, estos ciclomotores no buscaban competir por precio con la sencilla Derbi Antorcha.
Así las cosas, en Montesa idearon algo sencillamente genial: hacer de sus monturas más modestas visiones reducidas de los modelos más icónicos. De esta manera, se lanzó un ciclomotor llamado Impalita con trazas evidentes de la Impala. Una estrategia aplicada también a otros diseños, incluyendo también a los de Off-Road. Debido a ello, de la King Scorpion 250 de Trail salió a comienzos de los años setenta un ciclomotor llamado Scorpion 50.
Aunque no se trata de un modelo especialmente conocido en la historia de Montesa, este ciclomotor se vendió bastante bien durante sus años en producción con unas 6.200 unidades
Destinado a un público con afanes versátiles entre el campo y la carretera, el Scorpion tuvo una versión algo más enfocada a la carretera gracias al Rápita 50 de 1974. Sobre sus prestaciones, el monocilíndrico JLO con 48,7 centímetros cúbicos entregaba 2 CV a 4.800 revoluciones por minuto con un cambio de tres velocidades para manejar sus 50 kilos de peso. En 1976 el 50/S sirvió para actualizar el modelo dotándolo con algunas pequeñas diferencias estéticas.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS