Aunque a lo largo de los años ochenta Yamaha fue consolidando una abundante y prolífica gama scooter, lo cierto es que entre 1960 y 1981 tan sólo lanzó dos modelos en este sentido. Eso sí, ambos con excelentes calidades tanto en la estética como en la técnica, demostrando la versatilidad de la cual podía hacer gala la marca si se empeñaba en estar presente dentro de cualquier nicho de mercado. Pero vayamos por partes porque, a fin de cuentas, esta es una historia que sólo se entiende si la encaramos con orden cronológico.
Para empezar, cuando en 1955 Yamaha lanzó su primera motocicleta -una sobria pero efectiva turismo con 125 centímetros cúbicos- ésta aún no intuía el enorme potencial internacional que habría de desarrollar al poco tiempo. No obstante, tan sólo dos años más tarde lanzaba su primera dos y medio y, antes de acabar la década, la versión deportiva de la misma incluyendo incluso un kit de carreras con el cual hacer las cosas más fáciles a los piloto-cliente.
Así las cosas, lo cierto es que Yamaha estaba experimentando un desarrollo técnico y comercial bastante notorio. No tanto como el de Honda pero, a fin de cuentas, verdaderamente cercano al de la empresa que, antes de acabar los sesenta, ya habría de ser la casa motociclista más importante del mundo en términos de producción. Llegados a este punto, en 1960 Yamaha quiso experimentar con el segmento de las scooter habida cuenta del crecimiento urbano registrado en Japón; un proceso donde, en términos comerciales, se estaba generando un tipo de comprador interesando en motocicletas cómodas con cierta capacidad interurbana. Bajo estas coordenadas, el SC-1 no sólo apareció como el primer scooter en la trayectoria de Yamaha, sino también como una excelente máquina con 175 centímetros cúbicos así como unas sofisticadas suspensiones de brazo único.
A pesar de haber tenido un excelente estreno en el mundo de las scooter, Yamaha estuvo más de dos décadas sin lanzar modelos en este segmento
Yamaha Beluga, más de dos décadas después del primer scooter en la marca
Destinado al mercado local, el SC-1 puso de manifiesto nuevamente la capacidad de Yamaha a la hora de crear diseños innovadores y llevarlos a la práctica con calidad de acabados. De hecho, incluyendo comodidades como el encendido eléctrico o su estudiado resguardo del conductor respecto a las salpicaduras del rodaje, este scooter bien podría haber sido un rival superior a las Vespa y Lambretta de la época en caso de haber llegado a Europa.
No obstante, sea como fuese lo cierto es que Yamaha dejó a un lado todo lo referido a las scooter a fin de centrar todos sus esfuerzos en el Mundial de Velocidad, las Sport-Turismo y, sobre todo, la revolucionaria gama Off-Road con la cual conseguiría excelentes resultados económicos en el mercado estadounidense. Prueba de ello, y por citar tan sólo un ejemplo, es la DT-1 “buena, bonita y barata”.
Ahora, qué hizo Yamaha en materia de movilidad urbana durante los años sesenta y setenta. Pues la verdad es que poca cosa. De hecho, más allá de algunos diseños a los que podríamos calificar de “mini motos” la SC-1 no tuvo continuidad alguna hasta que, en 1981, fuera presentada la Beluga. Urbana y desenfadada, su diseño con volúmenes plenos de aristas y líneas rectas anunciaba a las claras la llegada del diseño ochentero. Además, lejos de montar un motor con cilindrada generosa optó por un escueto monocilíndrico de dos tiempos y 49 centímetros cúbicos capaz de rendir 3,8 CV a 6.000 revoluciones por minuto.
Concebido como un segundo vehículo para ejecutivos y trabajadores urbanos, el Beluga se planteó como un ciclomotor con una excelentes calidades
En suma, ya no estamos ante un scooter motocicleta, sino ante un ciclomotor vestido de scooter. Una característica que, sin embargo, no fue óbice para que el Yamaha Beluga luciera unas calidades bastante refinadas para lo presentado en su nicho de mercado. Es más, según el estudio del mercado, el pliego de condiciones presentado por la dirección de la marca a los diseñadores, aquel ciclomotor no iba destinado ni a la población más joven ni a las más escueta en su presupuesto. Lejos de ello, intentó seducir a una amplia capa de ejecutivos urbanos necesitados de una segunda montura más allá de sus automóviles a fin de sortear el congestionado tráfico de ciudades como Tokio. Y sí, se nota. Porque desde su funcionamiento silencioso hasta su aspecto general todo en el Beluga irradia calidad. Resumiendo, cuando la industria nipona quiere hacer algo bien, sencillamente lo hace.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS