Tras empezar su andadura allá por 1955, Yamaha vivió un crecimiento exponencial desde que en 1957 empezara a especializarse en los motores bicilíndricos con dos tiempos. En su caso, excelentes primero para la fabricación de motocicletas Sport Turismo y, al poco, esenciales para su exitosa entrada en el Mundial de Velocidad. Una de las razones básicas de cara a entender la expansión de la casa nipona en occidente durante los años sesenta junto a otras como Honda o Kawasaki.
Además, Yamaha supo ver desde el primer momento el gran potencial comercial protagonizado por el público juvenil en los Estados Unidos. Un público que, si bien no podía permitirse grandes estipendios, sí era muy receptivo a comprar máquinas asequibles, fáciles de reparar y -esto es muy importante- con capacidades mixtas para el Off-Road y el uso diario por asfalto. En suma, todo un reto pues, no en vano, lo realmente difícil para cualquier diseñador es dar con la tecla de una motocicleta definida por la buena relación calidad/precio y, aún así, rentable para quien la comercialice.
Así las cosas, motocicletas como la HT-1 de 1970 -con 8,5 CV, ciertas aptitudes incluso para el Trial gracias a su ligereza y un precio accesible para la juventud- marcaron una excelente vía comercial para Yamaha. Sin embargo, ni aún así parecía ser suficiente. Y que, viendo la velocidad con la cual se desarrollaba y separaban entre sí todas y cada una de las ramas del Off-Road durante aquella época, realmente nada parecía suficiente de una temporada a la siguiente. Algo que, como bien sabrán los aficionados a la historia de Bultaco, puede verse en las constantes actualizaciones presentadas por modelos como la Pursang.
A comienzos de los setenta Yamaha ya era una marca puntera en el mercado global y masivo; sin embargo, todavía no contaba con una apuesta adecuada para competir en el mundo del Trial
Yamaha TY250 J, la primera trialera de la marca
Entrando en la década de los setenta las distintas ramas del Off-Road ya estaban bien diferenciadas. De esta manera, la situación era muy diferente a la dada más o menos unos diez años antes, cuando una máquina derivada de un modelo turismo podía introducirse en casi cualquier prueba disputada sobre tierra. Lejos de ello, modelos como la Sherpa T contribuyeron decisivamente a la especialización de cada rama, siendo en su caso fundamental para el Trial.
Además, para la temporada de 1972 la OSSA 250 Mick Andrews Replica marcaba nuevos niveles de referencia en las gamas trialeras, apareciendo como una máquina realmente efectiva gracias a la magnífica puesta a punto realizada por el piloto británico, quien precisamente durante aquel año se hacía con su segundo Mundial a lomos de la motocicleta catalana. En fin, quién mejor que él para iniciar a una marca sin experiencia en el Trial en dicha especialidad.
Llegados a este punto, Yamaha -provista de una generosa billetera- logró seducir a un impetuoso Mick Andrews que, a la postre, se encontraba algo frustrado por la paciencia que OSSA le pedía ante las evidentes limitaciones logísticas. Con todo ello, éste fichó por la casa japonesa de cara a 1973; no tanto con la misión de ganar en competición -siguió estando en muy buena forma, pero ya sin los triunfos absolutos cosechados antes- como la de desarrollar una gama de Trial exitosa para la expansión de Yamaha en el mercado global.
Al igual que había hecho en OSSA con la 250 MAR, Mick Andrews volcó todo su saber hacer a la hora de colaborar con ingenieros y diseñadores a fin de producir una excelente máquina de Trial
Bajo este contexto, en 1974 al fin apareció la primera motocicleta trialera en la historia de Yamaha: la TY250 J. Basada en la mecánica monocilíndrica de dos tiempos montada en la DT250 del año anterior -un diseño mucho más apto para el Trail que el Trial-, ésta significó un excelente paso adelante para la marca entre otras cosas gracias al diseño de la horquilla delantera; convenientemente desarrollada por Mick Andrews quien, además de ser un piloto magnífico, destacaba como un gran colaborador de ingenieros y diseñadores a la hora de afinar nuevos modelos. De hecho, la TY250 J logró ser un verdadero éxito mundial. En fin, lo mismo que había ocurrido con la 250 MAR pero a una escala sólo al alcance de una marca tan masiva y global como Yamaha.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS