Moto del día: Gimson Velomatic

Moto del día: Gimson Velomatic

Fue uno de los vehículos urbanos más cuidados de la época en Cataluña, destacando por su cambio automático


Tiempo de lectura: 3 min.

Con un nombre de lo más comercial, las Velomatic fueron una de las sagas más exitosas en la historia de Gimbernat Hermanos S.A. Más conocida como Gimson, esta empresa catalana se fundó en 1930 para vivir con múltiples gamas de producto hasta 1982. Año en el que cierra definitivamente tras haber estado al menos una década en manos de la murciana Motomur, poniendo así fin a una historia en la que los ciclomotores fueron alternándose con las bicicletas. Además, desde finales de los años cincuenta y durante buena parte de los sesenta tuvieron en su gama a las Velomatic con cambio automático.

Un dispositivo que hace más cómoda y despreocupada la conducción, siendo perfecta para clientes que desearan una moto urbana con el menor grado de complicaciones. Pero vayamos al comienzo. En primer lugar, para comprender la historia de Gimson debemos destacar que ésta no fabricó motores propios. Lejos de ello, cuando tras la Guerra Civil – antes de ella sólo fabricaba bicicletas, vendiendo incluso alguna partida a la Guardia Civil antes de que ésta se motorizase en los ámbitos agrícolas – comenzó con la producción de ciclomotores, confió primero en el Cucciolo de Ducati para luego montar los populares Villiers.

De esta manera hacía algo muy típico de los años más duros de la posguerra, produciendo modelos a los que se podía definir como poco más que como bicicletas con pequeños motores incorporados. No obstante, la ambición mecánica fue creciendo incorporando motores de hasta 65 centímetros cúbicos sobre chasis de chapa estampada con una forma que llegaría a ser muy característica de la marca. Llegados a este punto, el proveedor de motores escogido fue Gamo. Responsable de motorizar a la Velomatic en las cuatro versiones que llegó a conocer.

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Hoy en día es realmente extraño encontrarse con una de estas monturas con cambio automático en el mercado de clásicos, algo que tiene que ver con lo poco que llegaron a fabricarse

Velomatic, dos ruedas para ir por la ciudad

Siempre con los chasis de chapa estampada, las Velomatic de los años cincuenta se caracterizaron por montar motores monocilíndricos de 49 y 65 centímetros cúbicos sobre los cuales no tenemos cifras concretas en lo referido a potencia o prestaciones. Al fin y a cabo, las Gimson se vendieron realmente poco. Siendo muy difíciles de encontrar dentro del mercado de coleccionistas más allá de algunas motocicletas – Polaris – o monturas de trial – Jumper Cross – .

El motivo no sólo estuvo en una comercialización precaria restringida principalmente a Cataluña, sino también al precio. Y es que la calidad de las Gimson y sus modelos Velomatic con cambio automático había que pagarla, siendo al menos un 35 % más caras que las Mobylette. Un tipo de ciclomotor muy popular en el momento, que daba menos sofisticación pero un mejor acceso económico.

Respecto a las versiones de la Velomatic poco se puede decir más allá de las diferencias relativas a montar un motor u otro, aunque destaca una variante preparada para portar un asiento corrido en el que albergar a dos pasajeros. Así las cosas, los años sesenta fueron testigo de cómo poco a poco languidecía el modelo, invisibilizado entre los que portaban el motor Flandria. Un ingenio belga aplicado a monturas turismo y todoterreno.

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Con cu cambio automático y sus buenos acabados era más cara que la competencia, lo cual fue un lastre para las ventas junto a una red comercial escasa

Además, en la historia de las monturas urbanas de Gimson, más allá del cambio automático de las Velomatic destaca una innovación que pudo haberse adelantado a sus tiempos. Hablamos del scooter eléctrico que el nieto del fundador presentó durante el Salón de Barcelona de 1973. Algo que finalmente no salió adelante debido al escaso impulso dado por los responsables de la marca, aunque hubiera sido una excelente continuación a las cuidadas y cómodas Velomatic automáticas.

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Miguel Sánchez

Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.

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