Puestos a examinar la historia de Honda uno no sabe si es más interesante en lo tecnológico o, directamente, en lo empresarial. Y es que su ascenso fulgurante está lleno de decisiones que, a la luz del tiempo, podemos contemplar como excelentes casos prácticos. Para empezar, en medio de la difícil posguerra japonesa Soichiro Honda tuvo la idea de hacer modestos pero necesarios motores para bicicleta.
Tras esto llegó el diseño de su primera motocicleta ligera: la D-Type. Y más adelante la progresiva escalada comercial hasta convertirse en el principal fabricante local allá por 1955. Llegados a este punto, otros se hubieran relajado intentando consolidar su posición en un mercado, por otra parte, tan potente y prometedor como era el japonés. Sin embargo Honda decidió expandirse más allá de sus fronteras ya durante el mismo 1956.
Eso sí, tras la elaboración de una estrategia previa en la que, inteligentemente, se señalaba como algo esencial pensar en todos los procesos de la marca -así como en sus nuevos productos- bajo una perspectiva “global”, preparándose ya para la inminente adaptación a todos y cada uno de los mercados occidentales.
Así las cosas, en 1959 Honda abría en Los Ángeles su primera filial fuera de Japón. Una estupenda noticia aunque, a decir verdad, sus motocicletas con 125 y 300 centímetros cúbicos no resultaban nada especiales para el público estadounidense. Es más, mientras las de cilindrada más baja eran vistas como unas simples turismo asequibles, las de 300 se quedaban claramente cortas para el desempeño deportivo que algunos esperaban obtener en ellas.
Bajo este contexto, los propios distribuidores en América solicitaron a la central en Japón la creación de una Sport Turismo con la cual llamar la atención del mercado local. Una máquina tan fiable como sedienta de ir a altas vueltas. En fin, una nueva y versátil pieza de ingeniería con la cual conquistar las voluntades de quienes buscasen velocidad para, más adelante, y tras el brillo de este “modelo halo” seguir avanzando por otros segmentos.
Aunque posteriormente las marcas japonesas lograron vender en masa gracias al Off-Road y las monturas urbanas, lo cierto es que la única manera de penetrar en los mercados occidentales fue destacar todo lo posible en relación a las motocicletas deportivas dentro y fuera de los circuitos de asfalto
Asimismo, en lo referido al mercado local Yamaha venía pisando fuerte desde 1957 con su YD-1; una sensacional montura de 250 y dos tiempos a la cual la marca no sólo estaba preparando una versión para circuitos sino, incluso, una interesante versión Off-Road de cara a entrar con fuerza en el Enduro estadounidense. De hecho ya habían enviado hasta California a una escuadra oficial liderada por Fumio Ito con la intención de participar en varias carreras durante la temporada de 1958.
En fin, no resulta difícil entender la presión bajo la cual tuvieron que trabajar los ingenieros de Honda. Sin embargo, estos lograron presentar ya en 1960 una sensacional respuesta bajo el nombre de CB72. Ensamblada en base a un chasis de tubos con el motor colgando -al tiempo que sujeto a tensión como parte estructural de la motocicleta-, ésta dejaba atrás la chapa estampada en pos de una mayor rigidez y ligereza.
Además, en lo referido a la mecánica se dispuso un motor bicilíndrico con cuatro tiempos capaz de rendir hasta 24 CV a 9.000 revoluciones por minuto. Y sí, aunque parezca mentira lograron -con un enorme esfuerzo en lo referido al ajuste del cigüeñal- dotar a este ingenio de una notable suavidad sin renunciar por ello a un gusto endiablado por subir de vueltas.
Como resultado de esta combinación de elementos, la Honda CB72 era una dos y medio realmente sensacional para su momento. Tanto así que no pocos pilotos semi-profesionales empezaron a fijarse en ella de cara a prepararla -base para que la propia marca lanzase poco después la versión Super Sport- al tiempo que, en Reino Unido, Honda lograba poner en jaque a los fabricantes locales haciendo que cada vez más aficionados a las Cafe Racer se decantaran por ella. En suma, una respuesta más que adecuada a lo pedido por el distribuidor estadounidense y, dicho sea de paso, una máquina que nos encantaría comparar con la Bultaco Metralla MK2.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS