Siempre que una motocicleta ha sido la primera en conseguir alguna hazaña deportiva importante, automáticamente se convierte en una referencia para la historia de la competición. Además, esto se hace más intenso si va acompañado de alguna historia en la que lo previsible sea transgredido a golpe de temple e ingenio. De esta manera, todo lo que sumó para que Ramón Martín fuera el primer campeón de España en la categoría de los 50 cm3 concluye en una de las páginas más interesantes y novelescas de entre las muchas del motociclismo español. Además, la Iresa con la que cosechó la victoria fue toda una lección de pericia mecánica en el uso de la lima y el torno. Elementos de aquellos tiempos primigenios. En los que para ir a las carreras no sólo hacía falta conocimiento y habilidad, sino también un arrojo especial a prueba de bombas.
Enunciado el tema, lo más adecuado será ponernos en contexto geográfico y temporal. Madrid, años cuarenta. La dura época que sucedió a la Guerra Civil, aquella en la que Ramón Martín dijo haber pasado tanta hambre que por ello se quedó en una estatura más bien compacta. Una de las características más comunes entre los pilotos aficionados de aquella época. Esos mismos que se jugaban el tipo de forma legal en el Circuito de la Casa de Campo y, de forma más bien clandestina, en las carreras improvisadas por parajes como la Cuesta de las Perdices. Un enclave situado en las cercanías de lo que hoy en día es la urbanización Puerta de Hierro y Aravaca. Siempre nombrado entre los pilotos madrileños más veteranos como Fernando González de Nicolás o el fallecido Carlos de San Antonio.
Y es que fue allí, en aquel lugar donde muy poco antes había estado enclavado el frente de batalla al asedio franquista a Madrid, donde no pocos aficionados se hicieron pilotos de verdad a base de tanta práctica como temeridad. Así las cosas, afortunadamente el panorama motociclista se fue profesionalizando durante la postguerra. Teniendo en Madrid un hito fundamental cuando en 1948 al fin se concretó el trazado del circuito urbano enclavado en el Parque del Retiro. El lugar donde, rodeados de gradas y público, corrieron pilotos internacionales como el polifacético John Surtees o el primer campeón mundial de 125 cm3 Cirillo “ Nello “ Pagani. No obstante, posiblemente nadie mostró tanto descaro e ingenio como el jovencísimo Ramón Martín, quien obtuvo el primer título nacional de 50 cm3 en 1950 con tan sólo 17 años.
Con su juventud, Ramón Martín sorprendió gracias a la gran capacidad mecánica demostrada para modificar lo que en base era un sencillo ciclomotor de la marca madrileña Iresa
Iresa, un ciclomotor trucado de forma ingeniosa
Ramón Martín no sólo tenía conocimientos de mecánica, también tenía esa intuición hacia los elementos automotrices que viene dada por habilidad natural. Así las cosas, aún siendo menor de edad ya poseía la técnica para montar, desmontar y trucar motores a su antojo. Todo ello aderezado con una especial habilidad para pilotar, de la cual hizo gala en el circuito del Retiro cuando consiguió correr bajo la licencia de su hermano al ser todavía menor de edad. Una de esas anécdotas cargadas de picaresca imposibles de ver en los actuales y profesionalizados campeonatos.
Pero eso no es todo, además de hacerse con la victoria, Ramón consiguió dar al menos una vuelta de ventaja – las fuentes referidas a estos momentos seminales del motociclismo deportivo en Madrid pueden ser confusas – al piloto oficial de la marca Iresa. El también dedicado a la mecánica Manuel Mosteiro. Pero, ¿cómo? ¿Cómo pudo ser que un menor de edad se aventurase por el Retiro a velocidades que, en ocasiones, superaron a las de las monturas con 125 cm3?
La respuesta está en el trucaje de su Iresa. Básicamente un ciclomotor fabricado por esta empresa fundada en 1949 con actividad hasta que en 1962 un incendio en sus talleres madrileños la obligase a cerrar. Sobre el mismo, Ramón aumentó la compresión. Varió la admisión. Trucó el carburador. Y, lo que es más llamativo, aplicó un sistema de cambios inspirado en el de las bicicletas para llegar hasta las seis velocidades en vez de las dos dadas por el ciclomotor Iresa de fábrica.
El sistema de cambio proveniente de una bicicleta le permitió contar con marchas largas, perfectas para las extensas rectas del circuito urbano situado desde 1948 en el madrileño Parque del Retiro
De hecho, según se dice la Iresa de Ramón Martín podía casi doblar en potencia a las del equipo oficial. Sea como fuese, de lo que sí hay registro es de la velocidad media. Algo menos de 60 kilómetros por hora. En gran medida conseguida gracias a las puntas alcanzadas en las rectas mediante la suma de potencia – motor trucado – y marcha larga – nuevo sistema de cambios -. En suma, una proeza artesanal pilotada con todo el arrojo de un chaval apasionado. Una de esas gestas que, a cualquier simpatizante del motociclismo, le evoca los tiempos para pioneros en los que el Parque del Retiro fue uno de los escenarios más importantes para el motor en España.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS