En 1988 apareció una de las motocicletas más inclasificables no sólo en la historia de Yamaha, sino de todo el panorama japonés en general. Hablamos de la TDR250. Una máquina que, si bien nos pudiera parecer claramente orientada el Trail, al mismo tiempo cuenta con aptitudes extremadamente deportivas sobre el asfalto. En fin, un diseño plenamente heterodoxo tan sólo definible por la enérgica entrega de su motor bicilíndrico de dos tiempos con 249 centímetros cúbicos y 50 CV.
Sin duda la pieza clave en este conjunto de elementos y características donde unos neumáticos mixtos se mezclan con un manillar tendente al Off-Road o un sistema de amortiguación Monocross muy al estilo de las mejores creaciones de la marca. Además, todo ello aderezado con un comportamiento dinámico extremadamente nervioso; concebido más para la entrega de sensaciones a raudales -siempre que se sepa manejar este ímpetu- que para la practicidad sea cual sea el terreno.
Obviamente, con estas características la TDR250 tenía todas las papeletas para ser una de esas motocicletas que, si bien no están llamadas a ser un éxito de ventas global, sí van a envejecer muy bien gracias a una personalidad tan diferenciada que, al tiempo, es capaz de generar una fiel legión de admiradores y coleccionistas. De hecho, esto es justo lo que ha ocurrido con ella, siendo hoy en día una de las Yamaha más deseadas por los seguidores de la marca tanto en su país como en los mercados occidentales adonde fue exportada.
Desde los años sesenta y la fantástica labor de muchas pequeñas marcas italianas en relación a los modelos ciclomotor con alto desempeño deportivo, lo de crear máquinas muy rabiosas a partir de las cilindradas más escuetas ha sido una constante
Ahora, dicho esto resulta muy interesante comprobar cómo, a la par de la TDR250, en la gama del fabricante nipón apareció una especie de “hermana menor” de la misma. Un ciclomotor llamado TDR50 y que, a todas luces, era una especie de producto de altísima calidad para un segmento donde -por definición- suele primar lo utilitario, masivo y económico. Y es que, nada más verla, se adivina lo que Yamaha quiso hacer con este modelo; ni más ni menos que ofrecer una versión urbana, casi de juguete, totalmente de capricho, basada en la impetuosa TDR250.
Para ello se partió de un motor monocilíndrico con dos tiempos y 49 centímetros cúbicos capaz de entregar 7,2 CV a 10.000 revoluciones por minuto. Es decir, algo dentro de los cánones establecidos para los ciclomotores sí; pero al tiempo, cargado con una respuesta vibrante tendente a funcionar de manera trepidante a altas vueltas. Asimismo, se incorporaron frenos de disco en ambas ruedas al tiempo que la trasera seguía conservando el sistema Monocross.
Este modelo no se entiende desde el punto de vista del público general, se entiende pensando en un nicho de mercado muy concreto formado por personas dispuestas a pagar una suma importante por una máquina capaz de dar altas dosis de diversión dentro de la ciudad
Como remate destacaban las llantas de aleación así como el carenado y aspecto general, realmente llamativo pues en sus proporciones no esconde ni su carácter deportivo ni su intento de ser una opción desenfadada, maravillosamente caricaturesca, de la TDR250. En fin, un producto destinado a un nicho comercial muy concreto para disfrutar de la máxima ligereza y velocidad jugando entre el tráfico urbano. De capricho.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS