Sin duda el Levante es uno de los territorios más moteros de toda la Península Ibérica. Es más, pasear por ciudades como Elche puede convertirse en una ruta de aficionados donde los talleres y los clubes se van sucediendo en una espiral de pasión por las dos ruedas. De esta manera, resulta curioso toparse con el número 39 de la calle Marquès d’Asprilla. Hoy en día un plácido lugar residencial desde el cual se atisba la cúpula neobizantina de la iglesia del Sagrado Corazón así como la sede del Centro Aragonés asentado en esta localidad alicantina. No obstante, allá por los años cincuenta fue el lugar donde se instaló el taller de una de las marcas cuasi artesanales que abundaron en la España previa al desarrollismo. Hablamos de Elig.
Fundada en 1953 por Francisco Candela, estuvo en actividad hasta 1966 a base de una gama de modelos en tiradas cortas creados a partir de piezas mecánicas ensambladas pero no fabricadas por ella. Algo muy habitual cuando hablamos de los fabricantes más pequeños, siendo realmente difícil para cualquiera de ellos el desarrollo de motores propios. Así las cosas, Elig optó por equipar principalmente motores de la marca Hispano Villiers. Fundada, precisamente, dos años antes que nuestra protagonista alicantina.
Algo que no es casual, ya que gracias a los ingenios Villiers llegados desde Barcelona muchos pequeños fabricantes pudieron dotar de mecánicas de calidad a sus vehículos. Especialmente cuando hablamos del octavo de litro, ya que el Villiers 10M 125 fue uno de los motores clave para entender la evolución del parque móvil bajo el Franquismo. Al fin y al cabo, su desempeño y fiabilidad eran perfecto para muchas motocicletas, pudiendo entregar hasta 6CV de potencia a 4.500 revoluciones por minuto. Más allá de éste estuvieron el 6M -usado sobretodo para motocarros- e incluso el bicilíndrico y mucho más potente 2T.
Gracias a los motores Villiers fabricados bajo licencia en Barcelona muchos pequeños fabricantes de la época pudieron acceder a una mecánica solvente con la que completar sus modelos hechos en series cortas y casi a mano
Elig, una marca casi desconocida
Gracias a la fabricación bajo licencia de la casa matriz inglesa, Hispano Villiers tuvo un papel muy importante en cómo el parque móvil fue saliendo poco a poco de la escasez de la autarquía para ir avanzando hacia los tiempos del desarrollismo. Unos tiempos en los que, poco a poco, las motocicletas se fueron sustituyendo por los automóviles utilitarios en el transporte diario.
De esta forma, el motociclismo tuvo que enfocarse a nichos de mercado muy concretos, bien hacia la producción masiva de monturas urbanas o hacia la especialización en las carreras protagonizada por Montesa, Ossa o Derbi. Un contexto donde los fabricantes minoritarios y artesanales quedaban fuera de juego a menos que hicieran algo que los diferenciara totalmente en lo que se refiere a prestaciones o calidad. Y vaya, siquiera de esa manera.
Bajo este panorama, Elig tuvo que echar el cierre trece años después de su fundación, dejando tras de sí una gama de motocicletas pensadas para el recorrido por carretera de forma sosegada. Algo que, en verdad, no las hace destacar tecnológicamente de forma especial. Sin embargo, hoy en día sí son valoradas entre cierta parte de la afición ya que es realmente raro ver una de ellas.
Hoy en día es muy extraño ver alguna motocicleta de esta marcha alicantina, siendo casi una aventura propia de arqueólogos del motor hacer una genealogía de todos sus modelos
De hecho, más allá de los libros de consulta más recurrentes sobre la historia del motociclismo en la Península Ibérica, a Elig apenas se le puede seguir la pista más que en algunos museos o en colecciones privadas como la que mantiene el Taller de Motos Antón en el propio Elche. Es más, rebuscando en concesionarios o subastas la escasez se confirma, sólo pudiendo encontrar de mucho en mucho alguna unidad de esta marca en cuyo emblema aparecían dos palmeras en clara alusión a la ciudad que las vio nacer. Pura arqueología del motor que ilustramos con este ejemplar vendido hace poco en los Países Bajos, correspondiente a una Elig con motor Villiers de 125 centímetros cúbicos.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS