La Yamaha YZR500 fue una de las monturas más importantes en la carrera de Hideo Kanaya. Uno de esos secundarios básicos para que otros puedan saborear las mieles del éxito, más aún en un deporte de equipo como es el motociclismo de alto nivel, necesitando la coordinación de ingenieros, mecánicos, probadores, gestores de equipo y, en última instancia, pilotos. Así las cosas, aunque Kanaya ostenta éxitos en carrera como ser el primer japonés victorioso en el medio litro, lo cierto es que buena parte de su trayectoria estuvo supeditada al sentido de equipo aún a costa de obviar la que podría haber sido una historia llena de éxitos.
Y es que todo apuntaba bastante bien para Kanaya. No en vano, su pericia al manillar lo llevó a ser la referencia indiscutible en el panorama de carreras japonés. Una escena deportiva usada por las marcas nacionales para poner a punto las que iban a ser las máquinas dominantes en el Mundial. Así las cosas, mientras éstas dejaron de contratar pilotos locales desde comienzos de los setenta para atraer hasta sus filas a los mejores occidentales, Yamaha, Honda, Suzuki y el resto de fabricantes siguieron recurriendo a nacionales para las labores de desarrollo y puesta a punto de las motocicletas.
Una verdadera paradoja, ya que mientras hoy en día se asocian nombres como el de Kenny Roberts al dominio de Yamaha en las categorías mundiales, prácticamente nadie recuerda el de Hideo Kanaya como un necesario y abnegado desarrollador. Eso sí, siendo incuestionable su pericia, la marca lo dejó competir en multitud de citas GP – aún no permitiéndole completar ninguna temporada – desde 1972 hasta 1975. Resultado de ello fue la victoria en tres GP. Uno de octavo de litro, otro de 350 centímetros cúbicos y otro de medio litro. Además, rematando con un tercer puesto absoluto en la general del Mundial de 500 en 1975.
Yamaha YZR500, la montura de Kanaya y Agostini
Tras años dando una sucesión de victorias sin igual a MV Agusta, Giacomo Agostini recaló en Yamaha a mediados de los setenta confirmando el éxito imparable de los fabricantes japoneses. De esta manera, en 1975 logró ganar el Mundial de 500 a lomos de la Yamaha YZR500 con Kanaya actuando de fiel escudero. Todo ello para, entre los dos, hacer una pinza a Phil Read y su MV Agusta posicionados al final de la temporada en el subcampeonato.
No obstante, aquella historia de éxito firmada en 1975 estuvo a punto de no poder producirse justo dos años antes. Momento cuando, en la primavera, se produjo el accidente mortal de Jarno Saarineen en Monza junto a Renzo Pasolini. Una de las mayores tragedias del Mundial durante los años setenta, produciendo la retirada de Yamaha – Saarinen era piloto oficial de la marca – cuestionándose seriamente si volver o no a la competición por un tiempo prudencial.
La cuestión es que la Yamaha YZR500 se acaba de estrenar unas semanas antes, concretamente en el GP de Francia. Y vaya, Saarinen y Kanaya – siempre fiel secundario en las filas del equipo oficial Yamaha – literalmente volaban por los circuitos gracias a esta máquina relativamente ligera con un motor de cuatro cilindros y dos tiempos. Obviamente, la retirada paró todo aquello aunque, contra muchos pronósticos, finalmente Yamaha sí volvió a las pistas al año siguiente. Tímidamente, puesto que el regreso por todo lo alto se hizo esperar hasta 1975.
Eso sí, lo hizo con una versión renovada de la Yamaha YZR500 llamada OW23. Con una menor distancia entre ejes, el peso se redujo considerablemente. Además, se incluyó una transmisión de tipo casete formando una misma pieza con el cambio. Todo ello con una potencia que orbitaba – en estas motocicletas no hay ficha técnica que arroje datos concretos cual si fuera una de producción en serie – en torno a los 110 CV. Gracias a estas características, Kanaya se convirtió al ganar el GP de Austria en el primer japonés en ganar una carrera de medio litro. Una cierta recompensa para el hombre que, aquel año, sólo pudo quedar tercero en el Mundial debido a no puntuar más que en cuatro carreras. La razón es que fue llamado a fábrica para seguir con labores de desarrollo a pesar de lo bien que estaba rindiendo en los circuitos. En fin, un auténtico – y sufrido – hombre de equipo.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS