A finales de los años setenta se dio un cambio sustancial en el mundo del Motocross. No en vano, desde la refrigeración líquida hasta las llantas de aleación pasando por la incorporación de frenos de disco las marcas entraron en una espiral de innovaciones que, al tiempo, marcaría un antes y un después en la historia de esta especialidad. Además, la aparición de los monoamortiguadores revolucionó el diseño de los chasis y basculante, siendo sin duda uno de los hitos de la época. No obstante, aunque pueda parecer llamativo este elemento ya se había ensayado unos setenta años antes. Evidentemente, con un diseño mucho más primitivo pero, al fin y al cabo, visionario.
En este sentido, una de las marcas responsables de aquellos ensayos fue la estadounidense Flying Merkel. Fundada en 1902, ésta ideó algo parecido a un triangulo deformable ubicado por detrás de los pedales en combinación con un resorte colocado por debajo del asiento. Sin duda, bastante básico. Aunque, al mismo tiempo, claramente inspirador para una vía de trabajo – la del monoamortiguador – que habría de dar sus frutos definitivos a mediados de los ochenta en el ámbito del Motocross. Así las cosas, no cabe duda sobre el poder de innovación desplegado por Joseph Merkel, quien desde los años diez combinó la fabricación de sus motocicletas para el día a día con decididas apuestas por la velocidad.
Y es que, al fin y al cabo, durante aquellos primeros años del motociclismo deportivo se estaban construyendo cada vez más óvalos de madera en los Estados Unidos. Bastante peligrosos tanto para los pilotos como para los espectadores, quienes frecuentemente veían – con consecuencias mortales – cómo alguna motocicleta se les abalanzaba a toda velocidad tras haber perdido el control por algún toque con otro participante. Sin embargo, fuera como fuese lo cierto es que aquellos circuitos portátiles – junto a las crecientes carreras sobre pistas de arena – fueron el escenario natural para la competencia vivida entre Harley-Davidson, Indian y marcas cuasi artesanales como Flying Merkel.
Las competiciones sobre óvalos de madera dejaban numerosos accidentes en los que fallecían pilotos pero también espectadores
Flying Merkel Twin Board Track-Racer, una motocicleta realmente salvaje
Durante estos últimos años quienes paseen junto al tráfico urbano habrán advertido la presencia de una nueva tribu urbana a pedales. Hablamos de los apasionados por las bicicletas “fixie”. Dotadas con un piñón fijo, éstas se frenan dejando de pedalear. Así las cosas, no es difícil ver ciertos alardes y cabriolas sobre el asfalto al llegar un semáforo en rojo, todo debidamente decorado con la gorra de rigor, la mirada apática y los auriculares envolventes. Dicho esto, en verdad hay un parecido entre estas bicicletas y la Flying Merkel que hoy nos ocupa.
Y es que, al carecer de embrague, ésta cuenta con una transmisión que une directamente el motor con el eje trasero. Es decir, al igual que en las fixies – donde la rueda gira según lo que manden las piernas – en esta motocicleta de carreras la propulsión depende de lo que ocurra en el bicilíndrico con 999 centímetros cúbicos y 17 CV. De esta manera, nada más ponerlo en marcha la Flying Merkel salía escopetada. Motivo por el cual, en aquellos óvalos de madera, algunas de estas motocicletas se ponían en marcha sobre un caballete.
Más allá de las Indian o las Harley-Davidson de rigor, estas motocicletas cuasi artesanales firmadas por Joseph Merkel eran todo un alarde de fuerza y sensaciones al límite
En fin, aquello era una “patada” mucho más contundente que la respuesta de un primitivo motor dos tiempos sin alimentación por láminas. Además, en lo referido a la frenada ésta se hacía mediante la técnica del freno motor. Respecto a otros rituales propios de esta Flying Merkel de 1911 estaba el tener que abrir los pasos del aceite y la gasolina al ponerla en marcha, Un funcionamiento bastante sucio pero que, pasado más de un siglo, le da aún más encanto a esta motocicleta histórica. La cual, por cierto, tiene una unidad en riguroso estado original conservada dentro de una de las vitrinas del National Motorcycle Museum en Iowa. Una muestra única sobre aquellos tiempos salvajes y pioneros en los que los óvalos de madera llenaban de peligro y fascinación las ciudades estadounidenses.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS