A finales de los años veinte, cuando el dirt track era casi religión en Inglaterra, Douglas decidió que ya estaba bien de jugar a medias. Tenían experiencia en competición, sabían fabricar motores con buenas prestaciones y dominaban el mecanizado fino. Así que lanzaron una moto pensada exclusivamente para una cosa: dar gas y no soltarlo hasta la meta. Así nació la Douglas DT500, una de las motos más radicales de su tiempo.
Su nombre lo dice todo: “DT” viene de Dirt Track. No era una denominación comercial bonita ni una serie limitada de paseo. Era literal. Estas motos estaban pensadas para los óvalos de tierra, donde el arte consistía en entrar de lado, controlar el sobreviraje y salir escupiendo polvo.
El motor era un bicilíndrico plano de 494 cc con distribución por válvulas en cabeza (OHV) —una evolución directa de los motores que Douglas usaba en competición—. Compacto, ligero y muy adelantado para su tiempo, con un cárter central de una sola pieza y carburación doble para mejorar la respuesta.
Pero lo que realmente marcaba la diferencia era su simplicidad extrema. Las Douglas DT auténticas no tenían frenos ni embrague. Se arrancaban empujando y, una vez engranada la marcha, la única manera de detenerse era cortar el encendido o dejar que el motor se ahogara. En plena carrera, eso significaba que solo contaba el control del gas y el equilibrio del piloto.
Algunos modelos “de calle”, derivados directamente de las DT, sí montaban embrague, caja de tres marchas y frenos mínimos, lo justo para poder circular fuera del circuito sin buscarse la ruina.
El chasis era una obra maestra de sencillez británica: bastidor tubular, horquilla central con amortiguador Andre y una postura de conducción compacta que obligaba a mantener el peso centrado. Cada detalle estaba pensado para ganar estabilidad en las derrapadas. Incluso el depósito alargado y las líneas horizontales daban la sensación de una moto hecha para deslizar, no para frenar.
Durante 1928 y 1929, las Douglas DT dominaron el dirt track británico. Se dice que la fábrica llegó a vender más de 1.200 unidades de competición en apenas dos años, una cifra enorme para un modelo tan específico. Los rivales intentaron copiar la receta, pero ninguna ofrecía la combinación de bajo centro de gravedad, suavidad mecánica y tracción que daban los motores bóxer de Douglas.
Hoy, una DT500 auténtica es una joya difícil de encontrar. Muchas fueron adaptadas para carretera o reconvertidas con frenos y luces; otras desaparecieron en los circuitos o acabaron fundidas durante la guerra.
Las que sobreviven cuentan una historia muy distinta a la de las motos deportivas modernas: la de un tiempo en que la velocidad era una cuestión de valor y equilibrio, no de electrónica.
Porque, seamos sinceros, hay que tenerlos bien puestos para correr sin frenos ni embrague sobre tierra. Y Douglas lo sabía.


Javi Martín
Con 20 años no ponía ni una sola tilde y llegaba a cometer faltas como escribir 'hiba'. Algo digno de que me cortaran los dedos. Hoy, me gano un sueldo como redactor. ¡Las vueltas que da la vida! Si me vieran mis profesores del colegio o del instituto, la charla sería de órdago.COMENTARIOS