Yendo al estudio de estrategias publicitarias, posiblemente el caso de la Norton Némesis V8 sea uno de los más interesantes de entre todos los que acaecieron durante los años noventa. Y sí, hemos dicho bien, los años noventa. Precisamente esa década en la que se produjo el cierre de la histórica casa británica tras años de problemas financieros, ayudas estatales que no llegaban a ningún resultado lucrativo – como el caso de todo lo invertido en el estudio de los motores rotativos – y un no saber cómo reposicionarse en el mercado globalizado. Así las cosas, hacia 1992 cesó la cadena de producción, el gobierno se desentendió de un enésimo rescate y los derechos comerciales de la marca fueron a una familia residente en Canadá. Es decir, un caos.
No obstante, lo cierto es que Norton siguió conservando hasta el final no sólo su prestigio entre los aficionados sino también un excelente palmarés en las carreras. Es más, justo en 1992 ganó en el TT Senior pocas semanas antes de cerrar. Con todo ello, no era del todo raro que alguien planease el regreso de la marca por todo lo alto. Pero, ¿cómo? Bueno, llegados a este punto lo mejor será pensar en las impresionantes máquinas de velocidad nacidas a comienzos de los noventa. Motocicletas de ensueño como la Suzuki Hayabusa o la Honda Black Bird, capaces se pasar alegremente de los 300 kilómetros por hora al tiempo que copaban tantas portadas como escaso era su mercado potencial.
Y es que, no en vano, quien podía acceder a este nivel de diseño no miraba demasiado la chequera. Gracias a ello, los propietarios de los derechos de Norton pensaron en lo jugoso que sería resucitar la marca gracias a una gran operación mediática basada en el lanzamiento de un supermodelo. Algo que hiciera correr tinta en las imprentas, presentándose como una especie de modelo icónico, de escaparate tecnológico, al cual sucedería una gama prestacional pero comercialmente mucho más creíble. Llegados a este punto, lo cierto es que la idea parecía tan interesante como solvente pues, no en vano, esto ya se había hecho otras veces en el sector automotriz. Ahora, faltaba todo lo relativo a la mecánica.
En los noventa esta motocicleta quería dar la réplica a los modelos más prestacionales salidos de las factorías japonesas, utilizando para ello a un ingeniero con experiencia en la F1
Norton Némesis V8, un proyecto que quedó en nada
A comienzos de los noventa, el ingeniero británico Al Melling recibió un encargo desde los Estados Unidos. Fabricar un potente motor V8 que debería ser montado en una nueva – e improbable – motocicleta de alto nivel. Sobre esta base, Melling – quien acumulaba una importante experiencia en la F1 con motores para fabricantes como Lola – se lanzó al diseño de una de las mecánicas más espectaculares que se pudieran incorporar en un chasis sobre dos ruedas.
1.496 centímetros cúbicos, 235 CV, 32 válvulas… Todo ello para superar los 360 kilómetros por hora sobre un bastidor en aluminio y magnesio con un peso dos tercios por debajo de lo que sería común en una motocicleta de su tamaño. Es más, se preveía un peso en vacío algo por debajo de los 220 kilos. De esta manera, la Nemesis V8 tendría más caballos de potencia que kilos de peso. Un planteamiento extremo mediante el cual se buscaba hacer palidecer a los constructores nipones. No en vano, la propia palabra “ némesis “ viene a indicar una relación de íntima contraposición a algo.
Así las cosas, aquel excéntrico proyecto llamó la atención de quienes ostentaban los derechos comerciales sobre Norton. ¿Y si se bautizaba a la Némesis V8 como una Norton con todas las de la ley? ¿No sería acaso ésto justo el hecho publicitario necesario para devolver la marca al mercado? Con todo esto en mente, el acuerdo entre los inversores estadounidenses, el ingeniero británico y los titulares canadienses de Norton llegó a puerto fácilmente.
Podría haber sido una buena ocasión para la vuelta de Norton con un modelo por todo lo alto a modo de emblema publicitario, sin embargo no era un proyecto con raíces empresariales sólidas
Bajo esta circunstancia, a mediados de los noventa se presentó en un lujoso hotel de Londres a la Norton Nemesis V8 bajo no poca pompa y boato. Sin embargo, como suele ocurrir las más de las veces con estos proyectos automotrices que nacen “ de la ciencia sin raíces “ finalmente todo quedó en nada. Es más, lo que se presentó siquiera era un prototipo completamente funcional, pues aún quedaba el complejo paso de trasladar lo que se piensa sobre el papel a cómo se comporta la máquina en las pistas. Asimismo, incluso habiéndose registrado cierta cantidad de pedidos las ventas seguramente no hubieran compensado a los ingresos. Es más, estos vehículos a modo de escaparate tecnológico sólo se los pueden permitir empresas con las finanzas plenamente saneadas – recordemos cómo Volkswagen pierde muchísimo dinero con cada Bugatti, aunque no le importa pues lo gana en imagen de marca y banco de pruebas – . Con todo ello, la Norton Némesis V8 cayó en el olvido y, de hecho, hoy en día es complejo encontrar datos certeros sobre ella.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.COMENTARIOS