Moto del día: Montesa 250 Bicilíndrica

Moto del día: Montesa 250 Bicilíndrica

Diseñada por los italianos hermanos Villa, esta Montesa es una de las más atípicas en la historia de la marca catalana


Tiempo de lectura: 5 min.

Cuando se menciona a la Montesa 250 Bicilíndrica de 1966, no pocos aficionados ponen cara de extrañeza. Al fin y al cabo, su vida fue tan corta que siquiera muchos de los más versados en la marca la recuerdan. Además, aquello de ver una Montesa con motor de dos cilindros, a decir verdad, descoloca bastante. No en vano, incluso sus monturas de competición más prestacionales se basaron en los recurrentes monocilíndricos con dos tiempos tan típicos de la industria catalana. Asimismo, rematando esta serenata de la confusión, existe el debate sobre si realmente esta motocicleta es o no es una Montesa.

Y es que, aunque corriera para la marca, lo cierto es que tanto la mecánica como el chasis son obra del taller italiano de los hermanos Villa. Es más, consultando el catálogo histórico de Montesa resulta interesante comprobar cómo el carácter periférico de la 250 Bicilíndrica se reconoce no insertándola en los listados de prototipos o modelos de competición. Es decir, hablamos de una verdadera rareza nacida entre dos aguas. Por ello, llegados a este punto lo mejor será ir paso a paso de cara a poner orden en la génesis y desarrollo de esta máquina.

Para empezar vamos a situarnos en la Italia de los años cincuenta. Allí nos encontramos con Walter, Alfonso, Francesco y Romano Villa. Unidos tanto por ser hermanos como por su pasión hacia el motociclismo, éstos representaron una de las sagas italianas más representativas para el mundo de las dos ruedas. De hecho, mientras Walter llegó a ser cuatro veces campeón del mundo – tres en 250 y una en 350 – Francesco destacó especialmente en los talleres, convirtiéndose en un excelente mecánico bajo las órdenes de Fabio Taglione en el departamento de carreras de Ducati. No obstante, aún no logrando el éxito de Walter en el Mundial, sí participó en numerosas carreras. Es más, fue ganador de las 24 Horas de Montjuïc tanto en 1960 como en 1966.

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Montesa 250 Bicilíndrica, la creación de los hermanos Villa

Cuando Francesco Villa ganó por primera vez las 24 Horas de Montjuïc lo hizo a lomos de una Ducati. Sin embargo, tras aquello saltó a usar monturas de MV Agusta en el Mundial para, ya en 1966, pasarse a las Montesa de cuarto de litro. De hecho, con una de ellas ganó por segunda vez la prueba barcelonesa justo ese mismo año. Así las cosas, su relación con Montesa se había vuelto bastante estrecha, por lo que Pere Permanyer le propuso a él y a sus hermanos ser los distribuidores de la misma en Italia.

De todos modos, consciente de sus enormes dotes para la mecánica – combinadas con el conocimiento de las carreras – desde la casa catalana también le encargaron el diseño de dos nuevos motores. Uno de 125 y otro de 250, ambos de dos tiempos y con sistemas de refrigeración donde el aire quedaba para las culatas y el agua para los cilindros. Además, los hermanos Villa también se encargarían de diseñar un nuevo chasis de competición. Con todo ello, en parte se puede sugerir la externalización de sus motocicletas para el Mundial de 250 por parte de Montesa.

Puestos en aquella tesitura, los resultados no se hicieron esperar ya que, durante aquel mismo 1966, los hermanos Villa presentaron la primera versión de su Montesa 250 Bicilíndrica. Dominada por la mecánica resultante de unir dos motores Beccaccino de 125 centímetros cúbicos, sus cilindros se dispusieron en paralelo con un ángulo que los hacía estar casi en posición horizontal. De esta manera, la primera aparición oficial de la motocicleta se hizo en el Circuito de Vistahermosa durante el GP de Alicante de 1967. Por cierto, una de las primeras citas donde el joven Ángel Nieto empezó a demostrar su valía sobre las Derbi de 50 centímetros cúbicos, puntuando para lograr así la victoria el Campeonato de España de aquel año. Mientras tanto, en la categoría del octavo de litro se imponía Ginger Molloy con su Bultaco.

montesa 250 bicilíndrica (2)

No obstante, cuando nos fijamos en quién se hizo con la victoria en el cuarto de litro encontramos a Renzo Pasolini y su Benelli eclipsando a todos los demás. No en vano marcó el récord del circuito con una media de 140 kilómetros por hora. Así las cosas resulta obvio preguntarse cómo le fue a la Montesa 250 Bicilíndrica en aquel estreno levantino. Pues bien, se tuvo que retirar. Un prólogo inquietante que, finalmente, acabó siendo la constante en el guión debido a los sucesivos problemas de fiabilidad presentados por aquel diseño con válvulas rotativas. No en vano, la 250 Bicilíndrica se vio lastrada por los mismos problemas de financiación experimentados por otras monturas españolas de 125 y 250. Siempre aquejadas por una logística precaria que ponía muy difícil el acudir a las carreras internacionales con unas mínimas garantías. No obstante, sí hay un momento de gloria que aún está grabado en la memoria de ciertos montesistas. Hablamos del segundo puesto conseguido en Riccione 1967. Una prueba del campeonato italiano donde Walter Villa consiguió ponerle las cosas difíciles bajo la lluvia a Mike Hailwood y su sensacional Honda. De todos modos, aunque a esta Montesa de corazón italiano se le siguieron realizando no pocas evoluciones – con embragues secos o en aceite así como diferentes tipos de refrigeración – nunca consiguió ser del todo afinada. De hecho, cuando en 1968 los hermanos Villa crearon su propia fábrica de motocicletas la relación con Montesa acabó y, finalmente, la 250 Bicilíndrica acabó convirtiéndose en una preciada pieza de colección. Sin duda una fantástica historia.

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Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.

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