A la hora de perpetuarse en el tiempo toda marca necesita -o al menos viene realmente bien- una identidad mecánica clara y definida. Así las cosas, BMW supo explotar al máximo las posibilidades de sus motores bóxer como su mejor y mayor saga desde su fundación antes de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, los años setenta pusieron sobre la mesa la hegemonía de las marcas japonesas en prácticamente todos los segmentos y nichos de mercado pertenecientes a las dos ruedas motorizadas. De esta manera la casa bávara hubo de enfrentarse a un dilema a la hora de avanzar con sus modelos de carretera ya que, al fin y al cabo, los motores pluricilíndricos en línea salidos de Japón se estaban imponiendo incluso entre muchos admiradores de los cilindros opuestos.
Llegados a este punto la K100 fue una respuesta perfecta a dicha problemática ya que, con su bloque de cuatro cilindros con 987 centímetros cúbicos y 90 CV, al fin ponía a BMW en una buena situación comercial para situarse de forma renovada entre la alta gama, un paso por debajo de las superbikes más poderosas.
Además la K100 contaba con novedades como la refrigeración líquida -a la cual BMW parecía ser reacia- y una gran capacidad para ampliar su oferta con nuevas versiones entres las cuales, incluso, se ofreció una especie de variante de “acceso” con tres cilindros.
De todos modos a finales de la década -la K100 se lanzó en 1982- la casa germana pensó en realizar una actualización capaz de elevar las prestaciones a fin de generar un cierto revuelo de mercado. Gracias a ello de cara a 1990 fue presentada en Texas -el mercado estadounidense resultaba fundamental para BMW- con un chasis reforzado con tubos de mayor sección para poder así manejar el incremento de 10 CV hasta rendondear los 100.
Todo ello, principalmente, gracias a meter una nueva culata con 16 en vez de ocho válvulas. Por cierto, incorporando el novedoso sistema electrónico de gestión del motor Motronic. En fin, una buena adaptación a las exigencia de un mercado ya abierto a la década de los noventa.
Miguel Sánchez
Todo vehículo tiene al menos dos vidas. Así, normalmente pensamos en aquella donde disfrutamos de sus cualidades. Aquella en la que nos hace felices o nos sirve fielmente para un simple propósito práctico. Sin embargo, antes ha habido toda una fase de diseño en la que la ingeniería y la planificación financiera se han conjugado para hacerlo posible. Como redactor, es ésta la fase que analizo. Porque sólo podemos disfrutar completamente de algo comprendiendo de dónde proviene.Buen video el de Hugo, se le ve majo y sabe mucho de clásicas.